Claudia Leisten, alemana de 30 años, trabajaba en el criadero de aves exóticas que Meisel tenía instalado en su finca, donde había unos 1.000 animales que requerían atención constante. La mujer tuvo mala suerte, ya que apenas dos días antes había empezado a cubrir el turno de noche, al cambiárselo a otra compañera. Los investigadores consideraron desde un principio que no era el objetivo del crimen y que el asesino o asesinos le dieron muerte para evitar que pudiera actuar como testigo.