En busca de fiesta

Crónica de un vuelo "normal" de Manchester a Ibiza

Móviles con música a todo trapo, litros de alcohol en las bolsas del ‘duty free’ y ‘preparty’ en la terminal del aeropuerto antes del embarque de un trayecto a la isla desde Gran Bretaña

Turistas procedentes de Manchester montan una fiesta en un avión con destino a Ibiza.

Turistas procedentes de Manchester montan una fiesta en un avión con destino a Ibiza. / MC MOLINA

Marta Torres Molina

"We’re going to Ibizaaaa! Wow! Baaaack to the islaaaaand...". Cerca de 200 británicos cantan a voz en grito, móviles alzados grabando, el éxito de los Vengaboys apenas unos segundos después de que su vuelo haya aterrizado en el aeropuerto de Ibiza. "Wow! We’re going to Ibizaaaa!", repiten. La cabina sigue completamente a oscuras. Algunos desafinan. Otros gritan de más. Algunos no consiguen hilar tres sílabas seguidas, pero aplauden y gritan igual. La fiesta no empieza ahora, a las 22,25 horas del viernes 23 de junio, unos segundos después de que el vuelo de Ryanair procedente de Manchester haya tocado tierra en la isla.

Llegan ávidos de fiesta, de alcohol, de sol, de discoteca, de playas, de drogas, de sexo, de experiencias, de likes... Pero la fiesta ha comenzado horas antes. Muchas horas antes. Llegan por la fiesta. Llegan con la fiesta a cuestas. Una copa balón y varios botellines de cerveza, todos ellos vacíos, reposan junto a la puerta 48 de la terminal en la que está previsto el embarque. Los últimos tragos antes de echar a volar, literalmente. Metafóricamente, quién sabe.

Chumba-chumba en la terminal

El chumba-chumba invade la terminal. No es hilo musical. Es un móvil con altavoces. Lo lleva, y lo alza por encima de sus cabezas mientras baila, el líder de un grupo de veinteañeros que aguarda en la cola. Las primeras del embarque priority, de la misma edad, se miran, sonríen y mueven la cabeza y las manos. Se giran y miran al grupo masculino con complicidad. Más discretas, más modosas, más silenciosas, pero queda claro que también se mueren de ganas por bailar y salir de fiesta en la isla. El volumen de los altavoces sube y sube. Lo mismo que el de las voces de los chicos que, en vista de que nadie les dice nada, continúan la escalada de desinhibición. Su comportamiento se contagia. en cinco minutos son varios los grupos que bailan y mueven rítmicamente la cabeza mientras esperan para embarcar.

No son pocos los que llegan ya contentos, achispados, jacarandosos, a la cola. La fiesta, ésa cuyo Shangri-La persiguen en Ibiza, ha comenzado horas antes. Propiciada por la situación del aeropuerto de Manchester. La mala fama de sus controles de seguridad es histórica. Las propias aerolíneas recomiendan a los pasajeros llegar tres y hasta cuatro horas antes del vuelo si no quieren quedarse en tierra, retenidos en la laberíntica serpiente humana antes de los escáneres. Solución: llegar con suficiente tiempo al aeropuerto. Horas y horas antes. Horas y horas de preparty. Pinta tras pinta en el macropub de la terminal 1, champán tras champán en el caso de las numerosas despedidas de soltera que salpican el local. De camino a la puerta de embarque, algunos hacen acopio de ginebra, whisky, bourbon y vodka en la duty free. El tintineo del entrechocar de las botellas acompaña sus pasos, trastabillantes, los de los que han sucumbido ya de pleno al espíritu de sus vacaciones de alcohol y sol. Litros de alcohol corren por sus venas.

Los Nengs de Manchestefa

El chumba chumba resuena en la escalera en la que esperan los pasajeros para entrar en el avión, que se dividen entre los que se suman a la fiesta con gritos y vítores y los que se miran con cara de circunstancias, temiendo que la fiesta se les vaya de las manos. El personal de tierra ni se inmuta. Pasa junto al ejército de Nengs de Manchestefa como si nada. Lo mismo que las azafatas y la sobrecargo del avión.

Es esta última, sin embargo, quien les llama la atención, a través de la megafonía, minutos más tarde, por los gestos obscenos que realizan mientras uno de los azafatos ofrece las indicaciones de seguridad. La música sigue. Más de una , de hecho. Cada grupito, aunque sea por lo bajini, escucha sus temas favoritos, los que esperan bailar en apenas unas horas. Suenan también los chasquidos de las cámaras de fotos. Es la hora de los selfies. #WeregoingtoIbiza. En las cerca de dos horas y media que dura el vuelo Manchester-Ibiza no hay ni un minuto de silencio. Ni de calma. Hay gritos. Hay vítores. Hay música. Hay risas. La fiesta está en la cola para el baño, en la que se concentran hasta una docena de personas. Y en los asientos, en los que muchos viajan de rodillas, girados hacia atrás, hablando con sus colegas, ubicados (cosas de la asignación aleatoria), varias filas atrás. Algunos, a pesar del jaleo, duermen. Roncan. Hay que coger fuerzas. La noche ibicenca se prevé larguísima. Algunas aprovechan el no pretendido hilo musical para bailar, dando botes en las butacas y levantando los brazos.

Cervezas agotadas a bordo

Los carritos de bebidas no dan abasto. Vuelan la cerveza, la sidra, el vino, el prosecco, la ginebra... Se agotan antes de que acaben de recorrer el pasillo, una labor titánica. Hay tantos pedidos que avanzan a paso de tortuga. Los primeros en pedir se han acabado ya varias botellas (los decibelios lo constatan) mientras para los últimos sólo quedan un par de zumos de naranja. Ni en sus peores pesadillas.

El aterrizaje casi pilla a la tripulación acabando de recoger la basura. Dos horas y media de vuelo son pocas para servir a un pasaje sediento de fiesta. Los nervios, la cercanía de estar, casi, en el paraíso de la fiesta, se notan en el ambiente. Unas se quitan los rulos (sí, viajan con ellos puestos) a toda prisa. Otras se atusan las hiperbólicas pestañas postizas. Muchos se ponen de nuevo las bambas. Regresan la música, los gritos, las risas y las palmas cuando el avión toca tierra. Es la propia sobrecargo la que celebra la llegada, animando a los pasajeros a cantar y bailar. "Wow! We’re going to Ibizaaaaaa... Wow! Back to the islaaaaand... Wow! We’re gonna have a party..."!.

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