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Con ciencia | Ancestro

La muy prestigiosa revista Science ha publicado una revisión de las evidencias y problemas con que nos enfrentamos hoy para poder determinar cuál fue el último ancestro común de los chimpancés y los humanos actuales, revisión firmada por algunos de los mayores especialistas de la paleoprimatología con Serio Almécija, investigador de la División de Antropología del Museo Americano de Historia Natural (Nueva York, Estados Unidos) como primer firmante. Se trata de un artículo claro y pedagógico cuya mayor virtud supone a la vez su más destacado inconveniente. Porque lo que hacen los autores es resaltar las polémicas más que conocidas y mil veces debatidas acerca de la evolución de los hominoideos, el linaje al que pertenecemos tanto los humanos como todos los simios vivos y los ancestros, ya sean directos o colaterales, de todos ellos.

Sabido es que el Mioceno fue la época de esplendor de los hominoideos, que ocupaban los bosques de Eurasia y África. Pero las dudas acerca de cómo relacionar aquellos géneros y especies con los simios africanos y humanos que divergieron en África hace entre 9 y 7 millones de años abundan. Los autores del informe indican lo que aparece en cualquier manual de evolución humana de los que se han escrito desde finales del siglo XX: que ni tomando los simios vivos como punto de partida ni recurriendo al registro fósil se alcanza consenso alguno acerca de cómo se produjo la filogénesis de gorilas, chimpancés y humanos. Por añadidura, los autores indican cuáles son los principales escollos, conocidos de sobras, entre los que se encuentra el problema técnico de los tipos de locomoción de los simios africanos —nudilleo, es decir, una cuadrupedia en la que se apoyan en el suelo los nudillos de las manos— y los humanos —bipedia. Sólo en virtud de ese rasgo, cabría pensar que chimpancés y gorilas comparten un linaje común separado del humano. Pero no es así: los chimpancés son nuestros parientes más próximos.

Almécija y colaboradores repasan también el papel de la paleontología molecular que permitió ya en la década de los años 60 del siglo pasado, mediante el «reloj inmunológico» desmontar el esquema de un linaje humano frente al de todos los simios. Y apuntan hacia la esperanza de que la recuperación de DNA y proteínas antiguas permita arrojar luz sobre las polémicas. Nada que no se haya dicho ya docenas, si no centenares, de veces. El mismo número de Science incluye un trabajo de Benjamin Vernot y colaboradores que analiza el uso de sedimentos de las cuevas sin fósiles identificables para obtener DNA nuclear y mitocondrial de los neandertales. En espera de que avancen esas técnicas, quizá fuese bueno recordar el reproche que la cladística hizo a la búsqueda de los ancestros comunes por los medios actuales: equivale a querer encontrar el becerro de oro.

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