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Con ciencia | Longevidad

Ancianos en forma. |

Cualquiera que haya llegado a una edad provecta habrá comprobado con no poco desánimo que eso de envejecer es una mala solución aunque, claro es, la alternativa resulta peor aún. Dando por sentado de que a según qué edad dan ganas de pedirle a la divinidad —o a la naturaleza que, para Einstein, era el verdadero Dios— el libro de reclamaciones.

Pero de lo que caben muy pocas dudas es acerca del deseo de llegar a viejo en las mejores condiciones físicas y, en especial, mentales posibles. Las demencias al estilo del mal de Alzheimer son en realidad una muerte adelantada porque, una vez que se pierden las capacidades cognitivas que le unen a uno con su propio yo todo lo que queda tiene muy poco que ver con la verdadera vida.

Un artículo que el grupo de investigación que dirige Mathias Jucker, director del Departamento de Neurología Celular en el Hertie Institute for Clinical Brain Research de la universidad de Tübingen (Alemania), ha publicado en la nueva revista Nature Aging pone de manifiesto los resultados obtenidos al buscar en 135 personas centenarias qué tipo de rasgos les distinguen de quienes no llegan a una edad tan avanzada. Por encima de las escalas de elementos cognitivos o físicos descritas con anterioridad, Jucker y colaboradores —Stephen Kaeser, de la misma institución es el primer firmante— han descubierto que los niveles en el plasma sanguíneo de una proteína, la cadena ligera del neurofilamento (NfL), componente estructural de las células nerviosas, indican una condición importante para la longevidad. El nivel de NfL aumenta con la edad y los valores elevados reflejan, como dicen los autores, daños en el sistema nervioso. Pues bien, el grupo de centenarios estudiado contaba con unos niveles bajos de NfL en el plasma sanguíneo, un hallazgo que se replicó en un grupo de 180 nonagenarios dando el mismo resultado.

Experimentos con ratones han puesto de manifiesto que también en esos mamíferos los niveles plasmáticos de NfL aumentan en los animales envejecidos y, como indican Jucker y colaboradores, las restricciones dietéticas prolongan su vida útil. Cabría preguntarse, pues, si los humanos que alcanzan edades muy altas comen muy poco porque son ancianos o llegan a serlo limitando la ingesta que, junto con el ejercicio físico, hace mucho que se consideran las mejores fórmulas para la longevidad. No obstante, los autores incluyen una cautela que pone en duda la relación de causa y efecto que puede existir entre estado saludable y bajos niveles en el plasma sanguíneo de NfL. Los experimentos se realizan con sujetos ancianos, sí, pero también voluntarios. Podría ser que quienes aceptan participar en esos estudios sean las personas con mejor salud. Cuáles son los niveles de NfL en las personas menos saludables pero muy ancianas, se desconoce.

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