¿Se imaginan ir a ver el sepulcro de Anselm Turmeda en La Medina de Túnez y encontrar "una belleza del paraíso"? Eso fue exactamente lo que le pasó a Jaume Santandreu (1938), escritor, director del Refugio de excluidos sociales de Can Gazà y excura, en uno de sus viajes. Imposible saber el año, solo sabe que de eso hace mucho mucho tiempo.

Pero, antes de adentrarnos en su aventura, Santandreu pide que queden escritas dos cosas. La primera, que durante este confinamiento ha tenido un encuentro con la muerte (no le ha pasado nada, ha sido un encuentro a nivel espiritual), así que quiere dejar claro, antes de irse definitivamente, que: "Si alguien quiere quererme, quiero que sea porque me conoce. No quiero que me quieran por el personaje, por el fantasma, sino porque nos conocemos".

En segundo lugar, comenta tener un "deber moral" con sus "marginados, que no son los de Can Gazà, sino los gays": "Ya basta de sufrir, de marginación. Quiero dar la cara por ellos, porque son mis hermanos. La condición de homosexual me define, si volviera a nacer lo único que querría ser es gay. Lo otro que he sido me da igual".

El excura ahora tiene 84 años, y sonríe al recordar la historia de amor que vivió en la ciudad de Túnez -que describe como "el paraíso del intercambio de ternuras"- con un hombre apuesto con el que cruzó una mirada al lado del sepulcro de Anselm Turmeda, uno de los destinos de su visita. Pronuncia el nombre del que fue su amor, amante, amigo, con voz suave: Abdelasis.

"Era precioso", suelta, interrumpiendo sus pensamientos. "Nos vimos, y hubo la respectiva ceremonia de acercamiento. Me decía que yo era muy guapo, y yo solo pensaba que con esas mentiras uno seguro que va al infierno. Cuando me dijo 'tienes los ojos azules' me di cuenta de que me había mirado con atención. Eso me gustó. Cuando pasan estas cosas, cuando hay esa aprobación mutua, tienes delante todo lo que has soñado. Me importa poco el sexo, es una necesidad, como comer. El sexo es como un menú, y a mí me basta comer un menú con precio fijo. Está claro que también se puede comer en restaurantes, pero lo que me importa es el lenguaje de la ternura, ese momento en el que sabes que has entrado en la vida de alguien", cuenta, despacio, Santandreu. "Le invité a que me invitara a visitar la ciudad, ya que él era de allí". Todo fluyó. Y recuerda que en su segunda noche de idilio, Abdelasis le llevó al mar, donde se amaron.

Pronuncia el nombre repetidas veces -"Abdelasis, Abdelasis..."- y se emociona. Mira por la ventana del primer piso de Can Gazà y suelta alguna palabra en árabe mientras sonríe, nostálgico. "Soy un puto viejo".

No acaba de relatar la historia, pero la revive en su cabeza. Cuenta que sus historias de amor siempre van unidas a los viajes. "Puedo decir que he recorrido el mundo entero, sin carnet de conducir y siendo claustrofóbico. Para subirme a un avión tienen que doparme", aclara. De cada viaje se lleva dos cosas: un libro y una historia de amor. Además de la de Abdelasis, menciona el trabajador que limpiaba la piscina del hotel donde se hospedaba en una ciudad de Bulgaria, los hombres de Burundi... Siempre ha habido aventuras, fuera donde fuera el lugar, estuviera o no prohibida la homosexualidad.

A pesar de haber transitado límites peligrosos en países lejanos, subraya que nunca le ha pasado nada malo: "Nunca he tenido ningún problema. Mis tres principios para ir de viaje, y también por la vida, son: saber oler el peligro, ser muy respetuoso y ser súper generoso. Así, con esto por delante, jamás me ha pasado nada malo. Y he tenido amigos muy muy buenos... Luego el problema es escribirles cartas, y también decir adiós a los que han tenido el mal gusto de quererme. En la India me lo pasé pipa, y eso que es un país en el que dos hombres que se aman pueden ir a la cárcel".

Por cierto, un consejo de parte de Santandreu: "Quien quiera conocer a los hombres y a las mujeres más preciosos y preciosas del mundo, que vaya a la India. Están allí".

P ¿Es muy complicado ligar, siendo gay, en países donde la homosexualidad es un crimen?

R Yo he ligado en todos los sitios. Siempre. Es cierto que hay lugares en los que es más complicado, sobre todo en espacios públicos, pero siempre se puede. Tienes que ser más discreto, sutil. Pero eso se sabe. Los gays tenemos un código, un lenguaje. Con una mirada sabes quién te desea, con un roce. Según como sea la respuesta ya sabes hasta donde puedes llegar. En Estambul, por ejemplo, todo el mundo va con la fama de que te puedes ligar hasta el taxista. En los baños árabes, si pagas, siempre hay un masajista. Cuanto más prohibido está, es más emocionante. No tiene gracia irte a un bar gay, ya sabes a lo que vas, es sexo fácil. Yo amo a todos los gays por igual, pero no puedo con los que tienen pluma. A mí solo me gusta la pluma de escribir.

P ¿Se ha perdido la ceremonia de aproximación, de acercamiento? ¿Vamos, ahora, demasiado rápido en el ámbito de las relaciones sexuales?

R Totalmente. El sexo es como la religión, si pierde el misterio lo pierde todo. El sexo fácil... No digo que los jóvenes de hoy en día no se quieran, creo que sí, pero la emoción nuestra de la conquista, de irte acercando y conociendo... Cuando no hay sorpresa, no hay nada. Es como un verso. Yo siempre digo que un verso, un poema, tiene que tener belleza, fuerza y sorpresa. Para decir las cosas como las decimos en el mercado, vamos al mercado y ya está. Belleza, fuerza y sorpresa, eso es lo que tiene que tener un buen poema. En el campo del sexo, cambiaría la belleza por la ternura. El sexo tiene que tener ternura, fuerza y sorpresa.

P Y el amor, ¿qué tiene que tener?

R Sin duda también tiene que tener el factor sorpresa. Creo que las relaciones humanas, la convivencia, se han despedazado, se han roto. Hemos suprimido el factor sorpresa. Está bien, muy bien, querer a alguien, pero nos tenemos que sorprender cada día, si no aniquilamos del proceso del amor algo esencial: la admiración. El día que dejes de admirar a alguien, por mucho que le quieras, te aburres. Y lo que no podemos hacer en este mundo, por dos días que vivimos, es aburrirnos. Pero para amar de verdad son necesarias tres cosas. La primera de ellas, y la más básica, es amar. Pero esta la tenemos todos: todo el mundo ama, es algo inherente a la desgracia del nacer. La segunda, es dejarse querer. Esto implica respeto, porque uno acepta la manera en que le ama el otro, que es diferente a la que él practica. No todos amamos igual, así que no podemos ser amados de la manera en que querríamos. Pero dejar que nos quieran, como sea que lo hagan, es adaptarse al otro, aceptar ese amor. Es algo importantísimo, casi uno de los más grandes gestos de amor. Por último, la tercera cosa: creer que te quieren. Si no se cumple eso, todo son problemas. Uno tiene que creerse que le quieren. Es como la religión: tienes que creer que Dios te ama. Dios no existe, pero tienes que creer que te ama.

P ¿El amor es altruista?

R No, para nada. No sé qué hay en el mundo que sea altruista. Yo he casado a muchas parejas, así que he buscado muchas definiciones de amor durante mi vida, y podría decir que considero que ya tengo la definición definitiva: el amor es un equilibrio de egoísmos, dura mientras compensa. Y así todo: cualquier cosa que hacemos es porque lo necesitamos. No hay que tener tanto miedo al ego, porque es lo que hace que nos movamos. Hacemos lo que nos satisface a nosotros mismos.

P ¿Ha sufrido algún desengaño amoroso?

R No, nunca. Admitir que he sufrido un desengaño amoroso sería como admitir que soy imbécil. Es muy triste ser engañado, porque significa que esperas algo de alguien que no te puede dar. En el amor y en el campo que sea.

P Ha dicho que es un viejo, y se encontró con la muerte durante el confinamiento. ¿Le preocupa morir?

R No. Lo único que me da miedo es la manera de morir. Yo viviré hasta que la gente quiera, no decidiré eso una vez muerto. Intento hacer las cosas bien porque cada día me voy a la cama con alguien: con Jaume Santandreu. Y quiero estar tranquilo.