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Memoria

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En tempos tan convulsos como los que estamos viviendo aparece una figura, la de la llamada memoria histórica, que ha recibido no pocas críticas por parte de los analistas del comportamiento social. Los enfoques más serios ponen de manifiesto que el recuerdo es estrictamente individual, que la memoria histórica es una metáfora que, todo lo más, se alcanza mediante la suma de las memorias individuales. Pero la cosa no es en realidad tan sencilla porque los psicólogos del conocimiento han apuntado multitud de veces hacia la fragilidad y poca fiabilidad de nuestros recuerdos. Nada más fácil que inventar cualquier memoria histórica de las muchas al huso reconstruyendo hazañas, revoluciones e incluso imperios que jamás tuvieron lugar.

La fake history pertenece a esas miserias de manipulación casi cotidiana a las que nos hemos acostumbrado ya. Pero si abandonamos el terreno de la política, aunque sólo sea en un intento de alcanzar la higiene mental, entonces aparece otro tipo de memoria colectiva que se refiere al tiempo en el que los grandes personajes, quienes han tenido un papel muy importante en la cultura, en la ciencia y en el deporte —por citar tres de los terrenos de mayor interés compartido—, se mantienen en el recuerdo tras su desaparición física, tras su muerte. No pocas veces se ha dicho que, por ejemplo, la persona que rompió moldes en la historia de la literatura —los ejemplos abundan— seguirá viva mientras alguien lea sus libros. Pero ¿de cuánto tiempo estamos hablando? Parecería que la pregunta es absurda, que cada caso es único y particular. Sin embargo, Cristian Candia, investigador del Collective Learning Group del MIT, el Massachussetts Institute of Technology de Cambridge (Estados Unidos), y sus colaboradores han publicado en la revista Nature Human Behaviour un artículo en el que exponen el hallazgo de una especie de ley universal acerca del tiempo en el que los logros culturales permanecen en el recuerdo colectivo. Para ello, han medido las citas en los artículos académicos y la presencia en los medios de comunicación de masas, cada vez más ceñidos al contenido en las redes sociales e Internet. Los autores concluyen que la atención recibida por los logros culturales decae de acuerdo con una función biexponencial universal, con la particularidad de que las biografías son las que más tiempo permanecen en nuestros recuerdos compartidos y sujetos a la difusión comunicativa, con un promedio de dos o tres décadas, mientras que la música dura apenas algo más de cinco años.

Por una vez, confío en que la ciencia se equivoque, en que nuestras intuiciones funcionen mejor y en que maravillas como las Veinte canciones de amor y un poema desesperado, la Ritirata notturna di Madrid o Los girasoles se recuerden durante siglos y puedan servir de contrapunto a las memorias colectivas prefabricadas que hablan de gestas que nunca existieron o de conquistas que no se dieron jamás.

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