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Crítica de teatro

El tormento tranquilo

Arranca la Fira de Manacor, imprescindible, con un clásico rotundo. La tragedia de las tragedias, quizá el paradigma de la lucha entre los dioses y los hombres para manejar el destino.

Este Èdip adaptado por Rubió y dirigido por Broggi -que ha hecho doblete estos días en Mallorca ( Rostoll cremat, en el Principal de Palma) y que ya se acercó a Grecia con una Antígona estupenda- está explicado con calma, apelando a la esencia de la historia, contenido en la puesta en escena y en las interpretaciones.

No hay artificios que puedan despistar al público. No hay un envoltorio visual que deslumbre -cañizos y cuatro mesas bajas sobre el escenario- ni demasiada retórica, ni una gestualidad marcada. Lo importante aquí es la palabra, expresada, masticada, por Manrique con la solvencia y la veracidad de siempre (en un papel conectado en cierta forma con el que hacía en Incendis), y por una Mercè Pons impecable en el papel de Yocasta, madre, esposa y sufriente; acompañados por cinco actores creíbles, incluido Miquel Gelabert, sirviente, mensajero, ilustre adivino Tiresias sobre las tablas y profeta en su tierra, ovacionado por un auditorio lleno al final de la función.

Se echa de menos algo más de "teatro" en esta humanización del mito, pero hay que reconocer la narración no pierde el interés ni un segundo -y eso tiene doble mérito si hablamos de una historia tan transitada, tan conocida- y que epílogo es una cierto: remitiéndonos a Edipo en Colono para poner en valor la figura de Antígona, con licencia incluida en forma de canción africana.

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