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Con Ciencia

El hijo de Lucy

El hijo de Lucy

A finales de la década de los años setenta del siglo pasado se produjo uno de los descubrimientos más notables de la evolución humana: un esqueleto fósil casi completo hallado en el yacimiento de Hadar (Etiopía) que recibió el número de catalogación A.L. 288-1 y el nombre coloquial de Lucy, en recuerdo del personaje de la canción de los Beatles. Se trataba de una hembra adulta de pequeño tamaño, apenas un metro de altura, cuyos descubridores —Donald Johanson, Tim White e Yves Coppens— atribuyeron a una nueva especie: Australopithecus afarensis.

Posteriores hallazgos en distintos lugares de África fueron ampliando el hipodigma de esa especie hasta convertirse en una de las mejor conocidas del linaje humano de hace tres millones de años. Quince años después, un nuevo fósil de A. afarensis, A.L: 444-2, un cráneo que conserva la cara cuya edad es inferior a la de A.L. 288-1, fue bautizado por esa razón como el "Hijo de Lucy". Ni que decir tiene que, con cerca de cien mil años menos, llamarle de esa manera supone una metáfora. Pero, por añadidura, no se trataba de un niño sino de un macho adulto.

En el año 2006 se hizo público el hallazgo de un ejemplar mucho más adecuado para poder conocer las características de los A. afarensis infantiles: el cráneo y esqueleto parcial asociado DIK-1-1 procedente de Dikika (Etiopía) al que Zerenesay Alemseged y sus colaboradores atribuyeron cerca de 3,3 millones de años. Con 200.000 menos que Lucy, sería un tatarabuelo remoto de Lucy, no su hijo. Y ni siquiera eso porque murió mucho antes de poder dar descendencia alguna. Con cerca de tres años de edad, los dientes de leche no le habían salido aún. Pero un niño de A afarensis permite comparar sus características con las de los adultos y, en particular, indica cómo era su forma de andar.

La locomoción de los adultos de A. afarensis es conocida: se trata de un caso más del desarrollo de la bipedia, común para todo el linaje humano pero con diferencias de grado en la manera de caminar. La bipedia de la especie que nos ocupa era parecida a la de los humanos de hoy pero manteniendo algunas capacidades de trepa, con unos pies que contaban con rasgos semejantes a los de los simios actuales. Pues bien, el pie excepcionalmente bien conservado de DIK-1-1 ha permitido a un discípulo de Alemseged, Jeremy DeSilva, y sus colaboradores publicar en la revista Science un análisis de su anatomía. Si se compara con los niños actuales, era capaz de utilizar los dedos de los pies para agarrar objetos de manera mucho más eficaz. En especial, el dedo gordo del pie podría haberle servido casi como un pulgar, permitiéndole agarrarse a la pelambrera de su madre cuando ésta se desplazaba por la sabana. En opinión de los autores del estudio, esa capacidad de los hijos de Lucy supondría una ventaja adaptativa de gran alcance para algo tan crucial como la supervivencia de los crías.

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