Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con ciencia

En la cumbre

En la cumbre

Las relaciones que existen entre la ciencia y la religión dependen del talante de los científicos y de los religiosos cuando miran hacia el campo del otro. Si se ignoran, nada sucede: la ciencia y la religión pertenecen a dos órdenes distintos del pensamiento y, salvo que algún científico quiera estudiar por qué los seres humanos tenemos pensamientos trascendentes (como sucede con los estudios de activación cerebral), o que a algún religioso le dé por hacer interpretaciones en términos de la ortodoxia de los postulados científicos (recuérdese a Galileo o, mejor aún, a Servet) ni siquiera se dará la oportunidad del conflicto.

Pero a veces los religiosos y los científicos no se ignoran sino que cada uno mete la nariz en el terreno ajeno. Y saltan las chispas. La doctrina del diseño inteligente ha llevado a ese choque frontal, trasladado incluso a los tribunales, por más que pensadores como Francisco Ayala hayan apuntado que quien sostenga que la evolución es el resultado de un diseño divino están acusando a Dios de ser el mayor abortista que existe (porque la inmensa mayoría de los abortos son naturales).

He leído hace poco una entrevista a Ricard Albalat y Cristina Cañestro, biólogos catalanes especializados en uno los animales del plancton „la Oikopleura dioica„ que, como resultado secundario de sus estudios, han publicado en Nature Reviews Genetics un modelo acerca de la evolución como resultado de la pérdida de genes. La Oikopleura dioica no tiene ninguno que sintetice ácido retinoico, un compuesto necesario en los embriones para que se desarrollen ácidos esenciales. Ese animal marino perdió tales genes y, aun así, cuenta con cerebro y notocorda, por ejemplo.

Que se pueda haber evolucionado por la vía de perder genes en vez de ganarlos es un hecho pasmoso y hasta ahora desatendido, si no ignorado. Pero en la entrevista se relaciona ese descubrimiento con la consideración de la especie humana como un ser más, del todo incompatible con la idea „de origen religioso„ de que somos la cumbre de la naturaleza. Si Linneo nos concedió el orden de los Primates es porque nos consideraba los primeros. Pero en él metió también a los simios y, de hecho, al orangután dentro del género Homo. Con eso vengo a dar en que hace mucho, muchísimo tiempo „desde el origen mismo de la taxonomía moderna„ que no consideramos a los humanos como algo excelso.

Cualquier persona religiosa estará en desacuerdo. O cualquier amante de la poesía y el arte. Sucede que podemos a la vez entender que somos un animal como cualquier otro, que todos los seres vivos tienen sus particularidades, y que las nuestras nos interesan de una forma especial por encima de las de los demás. Salvo que adoptemos el papel de biólogos interesados en cualquier otro organismo y nos fascinemos con sus propias características. Cosa, por otra parte, nada extraña.

Compartir el artículo

stats