Así empieza el poema de Friedrich von Schlegel que Schumann utilizó como prefacio a su magna Fantasía Op. 17, monumento pianístico del Romanticismo. Y por partida doble, primero por la composición en sí, densa, rotunda, difícil, grande€ pero también por su relación con otro monumento, ese sí escultórico: el que la ciudad de Bonn erigió en la plaza en la que nació su hijo más ilustre, Beethoven. Schumann regaló unas copias de la edición de su Fantasía para ayudar a sufragar los gastos de la escultura.

Monumento pues en sentido amplio fue lo que abrió el recital del mito Pogorelich. Una obra como esa Fantasie de Schumann para abrir boca. 40 minutos de intensidad máxima, llenos de detalles y matices, de color, sin concesiones de ningún tipo. No se permite respirar; ni al oyente ni al intérprete. Pogorelich, con esa primera composición quiso marcar su territorio, como si dijera: "Voy a ser generoso, os voy a envolver de notas. No querías piano, pues ahí lo tenéis". Y era solamente el principio. El pedal, la modulación, la pulsación y, sobre todo, la gestión de los tempi fueron lo mejor de la velada. Un tanto larga, eso sí. Porque después de Schumann, en la primera parte sonó esa otra Fantasia quasi sonata de Liszt, a partir de la lectura del Dante. Otro sublime monumento. Una manera de entrar en el universo dantesco, entendido aquí como celeste. El Cielo de Dante, no el Purgatorio y menos el Infierno, aparece en esa lectura de Liszt que Pogorelich recitó con maestría. Stravinsky y Brahms llenaron toda la segunda mitad. Del ruso esos tres movimientos del ballet Petruscka que el compositor versionó para que Arthur Rubinstein pudiera incluirlos en sus programas. Del alemán esas Variaciones sobre un tema de Paganini que compuso a partir del último de los Capriccio del compositor italiano.

Ivo Pogorelich

Obras de Schumann, Liszt, Stravinsky y Brahms. Auditòrium. 23-10-14