Filósofos de la talla de lord Shaftesbury, Francis Hutcheson y David Hume consideraron el sentimiento moral como una fuerza innata ligada a la simpatía que lleva a cada persona a actuar en favor de los otros. El comportamiento moral sería, pues, una especie de suma algebraica de fuerzas gravitacionales „de inequívoca referencia a Newton„ gracias a la cual un sentimiento moral centrípeto se combinaría con el instinto egoísta centrífugo para dar paso a ese mundo de equilibrios precarios que infunde tanto la naturaleza como la sociedad humana. Darwin podría ser tenido por el último autor de esa tradición intelectual que procede de la Ilustración escocesa pero, en su obra, el sentimiento moral adquiere un carácter más amplio. En el Descent of Man se dice que cualquier animal con bien marcados instintos sociales como puedan ser los afectos paterno-filiales adquiriría un sentimiento o conciencia moral tan pronto como sus poderes intelectuales se volviesen tan desarrollados como los humanos, o casi. Se trata de una cuestión hipotética: ningún animal ha alcanzado el nivel de las facultades mentales humanas. Pero si lo lograse, entonces también adquiriría la capacidad que nosotros tenemos para llevar a cabo actos de ayuda a los otros.

Hace tiempo que se ha abandonado la idea del sentimiento moral como fuente para las acciones y los juicios éticos. Sin embargo, esa tendencia hacia la ayuda continúa siendo uno de los enigmas de la naturaleza humana que nos es más necesario comprender. Una batería de experimentos llevados a cabo por los psicólogos Brendan Gaesser y Daniel Schacter, del Center for Brain Science de la universidad de Harvard (Estados Unidos) ha puesto de manifiesto que al presentar una situación en la que una persona se encuentra en apuros y necesita ayuda, aquellos participantes a los que se les había pedido imaginar o recordar un suceso anterior relacionado con el auxilio a los necesitados incrementaban de forma significativa sus intenciones prosociales.

En su artículo, publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences, Gaesser y Schacter fueron más allá, relacionando la viveza de los episodios imaginados o recordados y no el hecho de ponerse en una determinada perspectiva como origen de la tendencia hacia la ayuda. Tanto la memoria episódica como la capacidad de simulación poniéndose "en el lugar del otro" forman una parte crucial de esa simpatía centrípeta que los filósofos ilustrados consideraban como la fuerza de equilibrio. Pero no nos engañemos: el acopio de evidencias empíricas apenas alcanza a responder a la pregunta que intuían ya nuestros padres intelectuales. ¿Por qué disponemos los humanos de una capacidad así que nos hace distanciarnos respecto de la vida social de otros animales? Tal vez sería cosa de dar de una vez por todas la razón a Hume, Shaftesbury y Hutcheson y volvernos, para poder avanzar, hacia las pistas que nos brindó Charles Darwin.