El año no podía arrancar mejor cinematográficamente hablando. A propósito de Llewyn Davis, la nueva cinta de los hermanos Coen, es un lúcido trabajo que se adentra en el Greenwich Village de los sesenta para servirle al espectador un crudo y primoroso retrato de un perdedor.

Oscar Isaac es Llewyn Davis, un personaje que los Coen trazaron cogiendo como molde la figura de Dave Van Ronk -guardián de toda una generación- y completándolo con retazos de diversa procedencia. Su intención: personificar en él la esencia de una rica escena musical de la que emergieron artistas como Bob Dylan, Joni Mitchell o Tom Paxton. Un panorama fecundo y magnético pero a su vez oscuro y feroz en el que otros muchos artistas naufragaron.

Los hermanos Coen circunscriben la historia a tan sólo unos días que sirven para retratar ese espacio y momento histórico de Estados Unidos. Tiempo suficiente para ser testigos de un turbio pasaje de la odisea de su protagonista: un joven músico que acompañado únicamente de una guitarra y un gato va coleccionando pequeñas y grandes derrotas.

Isacc está inmenso y los secundarios que encarnan al variopinto animalario marca de la casa son de lujo. Una socarrona comedia negra, una surrealista road-movie o un pesimista drama existencial. Esta cinta es todo esto -a la sagaz mezcla de géneros ya nos tienen acostumbrados los Coen- y mucho más.