Uno de los mayores retos que tiene planteados la ciencia, en particular en nuestro país, es el de hacer llegar al ciudadano la utilidad que tiene cada euro de los que se invierten en los laboratorios. Ningún ministro ha logrado enmendar aquella frase brutal de Unamuno -"que inventen ellos"- a la que seguimos crucificados. El Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos de la UIB y el CSIC organizó en el mes de febrero de este año junto a la Obra Social de La Caixa un fórum dedicado a los profesionales de la comunicación para plantear las posibles maneras de superar ese escollo que nos aleja de los usos más ventajosos de los avances científicos. Pero se trata de una flor de las que no hacen verano. Mientras seguimos discutiendo memeces como la de si hay que adentrarse por las ciencias o las humanidades, como si fuera ésa una alternativa razonable, los fondos destinados a los proyectos de investigación disminuyen y, de la mano de tales carencias, los becarios se quedan sin oportunidades y los científicos con una carrera prometedora por delante huyen hacia países menos salvajes.

La revista científica no especializada con mayor impacto que existe en el mundo, Nature, ha dedicado uno de sus últimos números especiales a un asunto por completo ligado, en lo bueno y en lo malo, al impacto económico y social que generan los avances obtenidos en el laboratorio. Ya desde su artículo editorial de ese suplemento, la revista plantea en qué medida las esperanzas de terminar con el hambre en los países del Tercer Mundo gracias a los cultivos transgénicos se han cumplido de acuerdo con las promesas que generó la posibilidad de alterar la información del ADN de las plantas.

Ninguna cuestión de tanta altura como es la del balance industrial y social de los organismos genéticamente modificados (OGM; GMO en inglés) tiene una respuesta sencilla y fácil. Son muchas las claves que intervienen en el proceso que lleva desde el laboratorio a la cosecha y su distribución. La de las patentes genéticas es una de las que vuelven a ponerse sobre la mesa una y otra vez: ¿ayudan a salir de la pobreza o la mantienen como forma mejor de garantizar el negocio? El editorial de Nature recuerda que los OGM, cuando se convirtieron en una opción viable, prometían la llegada de una segunda revolución verde que no traería sino beneficios a los agricultores y a los ciudadanos más pobres. La realidad es bastante distinta y el sentido del número especial de la revista es el de analizar cómo se ha ido desarrollando la tecnología de los OGM para sacar conclusiones acerca de la manera en que debería dirigirse su futuro. Algo parece claro; la investigación no puede depender de las mismas empresas que comercializan los OGM. La ciencia libre de trabas industriales en su origen es la mejor que existe. Que lástima que la nuestra no consiga deshacerse de las trabas políticas, aún peores.