Hubo una época en que Cabrera no fue zona protegida y de recreo, sino más bien todo lo contrario: piensen en un espacio de reclusión y rezo para una comunidad de monjes cristianos que se instalaron en la isla en el siglo V d. C. El historiador Mateu Riera, codirector junto a Magdalena Riera de las campañas arqueológicas municipales realizadas en la isla desde 1999, expone que por primera vez se tuvo conocimiento de la instalación en Cabrera de una comunidad eremítica por una fuente escrita: en concreto la carta que el Papa Gregorio Magno dirigió al defensor Johannes en el 603 d. c. "A nuestro entender, el hecho de que la máxima autoridad cristiana de Occidente se preocupara por dicha comunidad, nos estaría demostrando que ésta debió de ser de cierta relevancia", explica el arqueólogo, quien calcula que en la exposición -organizada por la concejalía de Medio Ambiente en colaboración con la de Cultura merced a una ayuda concedida por el ministerio de Medio Ambiente- que se inaugurará en julio en el Castell de Bellver podrán mostrarse un centenar de piezas halladas en las excavaciones y prospecciones realizadas en el territorio.

Lo primero que llama la atención de toda esta historia es: ¿por qué los monjes se instalaron en Cabrera y no en Mallorca donde había más recursos y población para evangelizar? "Era habitual en aquellos siglos oscuros que la difusión del monacato cristiano en el Mediterráneo occidental se desarrollara siguiendo la idea de desierto ya practicada en Oriente", argumenta Riera. "Por ello, los monjes vieron los deshabitados y despejados islotes como los lugares ideales alejados de la civilización para instalarse", continúa. Así las cosas, se ha constatado la existencia de otros monasterios similares al de Cabrera en Iles de Lérins (sur de Francia), o en el islote italiano de Capraia. Sin embargo, continúa el investigador, el distanciamiento monacal de las ciudades y núcleos poblacionales no podía ser total por varios motivos. En concreto, por la necesidad de captar nuevos monjes y por la propia labor de evangelización. En cuanto a ésta, "los monjes deseaban estar en contacto con la sociedad para evangelizar el mundo rural, donde aún no se había consolidado el cristianismo. Por ello, creemos que los monjes de Cabrera evangelizaron los pueblos del sur de Mallorca -observa-, y por ello también establecieron una subsede cerca de la Colònia de San Jordi, en concreto, el Illot dels Frares", comenta, "donde probablemente se llevaban a término los intercambios de mercancías".

Otro motivo por el que los eremitas cabrerenses no podían alejarse en demasía de la civilización es la exigencia que se les presentaba de interrelacionarse con la población de los alrededores para conseguir víveres con el fin de sobrevivir. En este último punto, Riera relata que los monjes que vivían en Cabrera elaboraban manufacturas varias así como el preciado colorante de púrpura (durante las excavaciones hallaron un taller donde lo producían) para intercambiar posiblemente por cereales o por oraciones que les solicitaban los fieles para que las cosas les fueran bien. "Habida cuenta de que la isla está situada en medio de las rutas de navegación más importantes del Mediterráneo, es muy probable que las embarcaciones también amarraban allí para rogar por una buena travesía", narra el historiador.

¿A qué se dedicaban los monjes en la isla además de rezar y estudiar la Biblia? Por las prospecciones en la isla, el investigador argumenta que se asentaron en las pocas tierras aptas para el cultivo, "pero no sabemos qué sembraron: si era cereal o forraje para el ganado". Sin embargo, gracias a los análisis de isótopos realizados a los individuos hallados en la necrópolis han comprobado que comían mayormente carne y que en proporción comían poco pescado. "Asimismo, antropológicamente se parecían a las personas que se dedicaban al pastoreo de ganado", añade. "También hemos podido saber que se alimentaban de aves, incluso de las marinas". En las excavaciones, los codirectores dieron también con una factoría de salazones, que fue la zona en la que se instalaron posteriormente los franceses, quienes sufrieron un inhumano cautiverio en la isla a principios del siglo XIX. La exposición de Bellver, donde también hubo prisioneros, probablemente recogerá brevemente dicho episodio. Entre las piezas de los monjes que podrán verse en la muestra, cabe mencionar algunos instrumentos de pesca hallados en las campañas o una colección de grafitos marcados en la cerámica. "Son sobre todo símbolos cristianos -alfas, omegas...-, marcas distintivas que cada monje debía hacer en su vajilla para usar siempre la misma", señala. También se hallaron fragmentos de mármol de una mesa, una pica y un trozo de columna. Gracias a las analíticas, ha podido comprobarse que todos estos materiales así como la cerámica de las ánforas provienen del Mediterráneo oriental, de Turquía o Grecia, "por eso es posible que los monjes que se instalaron en Cabrera procedieran de allí", deduce Riera.