Será por la que está cayendo o por las modas circunstanciales, estamos en racha de burgueses de mediana edad en crisis profesional o existencial. Una pistola en cada mano muestra los problemas de ocho urbanitas, de forma secuencial con un breve encuentro al final. Son situaciones muy cotidianas, casi de serie televisiva, y con ausencia absoluta de acción. Todo se fía a la elección y modelado de los personajes y el pulido de los diálogos, para bien y para mal. Para mal, comienzo con la copa vacía, porque la modestia de ese planteamiento es a la vez un corsé. La inmovilidad física de los personajes es extrema. Además, al ser una historia coral, sin tiempo para presentar y desarrollar los personajes, el director y el guionista se ven forzados a cuadrar el círculo de ofrecer unos diálogos muy verídicos y al mismo tiempo contar de forma sutil cosas sobre ellos que en una conversación normal sobrarían. Y esos diálogos, de tan pulidos y perfectos, acaban siendo monocordes, con personalidades apenas diferenciadas. De hecho, todos los actores podría interpretar cualquiera de los papeles.

La copa medio llena es que los guionistas salen bastante airosos de esa pirueta. Salvo los momentos iniciales de cada secuencia, algo forzados, los diálogos son muy picados, muy agudos, y reflejan situaciones, problemas, muy cotidianos y traumáticos. Reflejo de una crisis generacional innegable: hombres desnortados y mujeres cada vez más asentadas. Y de los actores, todos, hay que decir que su trabajo es soberbio, sacan provecho de los buenos diálogos y añaden ese algo más, su demostrada capacidad para interiorizar y transmitir emociones.

Una pistola en cada mano

España, 95 min.

Director: Cesc Gay. Actores: R. García, Juan Carlos Mandiola. Iluminación: J.P. Mendiola. Vestuario: Eduard Fernández, Javier Cámara, Ricardo Darín, Luis Tosar, Leonor Watling. Cines: Porto Pi