El deslumbramiento con los autores del norte de Europa puede y debe ir más allá de la novela negra, de la que soy fanática: bienvenidos al humor negro más helado y radical que imaginarse pueda. Lean a Lars Husum. Devoren su Mi amistad con Jesucristo (Ed. Alba Contemporánea) que hoy el autor diseccionará en el Club de Opinión de este rotativo, y acuérdense de respirar. Y olvídense de que hay asuntos de los que uno no debe reirse, y penetren sin complejos en el descacharrante y ultraviolento mundo de Nicolaj, el adolescente danés que un día toca fondo y al otro se encuentra a un motero con sandalias sentado en el sofá de su casa, a quien él cree Jesucristo, dispuesto a proporcionarle una vía para la redención. Que la necesita dados sus antecedentes. Y mucho.

Trepidante, desenfrenada, Husum no da tregua (¡madre mía, pero ¿qué más puede pasar?) hasta que la da, y para entonces ya el lector se ha enganchado al peculiar calvario de un chaval destructivo inmune al amor que al fin determina ser una buena persona. Reúne el protagonista a sus propios apóstoles, una panda de tipos y tipas de toda rareza, que le ayudan a iluminar su abismo a base de confianza y amistad. Las peripecias de esta peculiar congregación aligeran el camino hacia un desenlace que tiene más de festival que de parábola. Esta historia es un escándalo, pero queremos más. Ese pueblo de Tarm debe albergar muchas otras. Se nos ha contagiado la impertinencia de los pobladores de este libro que se acaba demasiado pronto.