Tomas falsas tiene un punto de western, sobre todo del crepuscular Sam Peckinpah, y otro punto de novela negra. Es un libro de relectura, de ahí su cercanía en ciertos pasajes con el ensayo. Y, por supuesto, se alimenta de la poesía. Pero sobre todo es novela con mezcal, Burroughs, Taxi Driver, ajedrez, Ingmar Bergman y Steve McQueen, entre otros ingredientes. Todos ellos computaron al alza en el veredicto del jurado del Premio Juan March Cencillo, formado por el editor Manuel Borrás, el traductor Fernando Corugedo, el crítico Javier Goñi y los escritores y colaboradores de este periódico José Carlos Llop y José Luis de Juan.

– "La mañana es Debussy con percusión de pelotas de tenis contra un muro". El libro está lleno de frases poéticas como ésta. ¿Se considera un escritor más de imágenes que de pensamiento?

–Pienso en imágenes. Después trato de articularlo todo un poco. Es cierto que aquí hay un salto de la poesía a la narrativa, y debo decir que me costó. Quería huir de esa narrativa lastrada de metáforas que taponan el flujo narrativo. A pesar de ser una novela fragmentada, es muy percutiva. Le he buscado un hilo, en ella hay muchas pasiones personales (cine, literatura y música). El libro no se queda sólo en una enumeración de imágenes.

–¿Qué tiene de poesía el libro?

–Quería lograr que cada capítulo tuviera la tensión de un poema. Piensa que en ella no hay diálogos. Buscaba que el texto resultara lo más tenso posible, en ese punto en el que si estiras se rompe y si echas más cuerda aflojas y se pierde. Sólo una novela breve te permite soportar tanta tensión.

–En el libro también aparece un tema tan literario como la locura.

–Bueno, en el caso del capítulo de la visita al sanatorio [Pabellón de Seguridad] hay mucho de biográfico. Nada más llegar a Lisboa visité el hospital Miguel Bombarda, un manicomio que va a convertirse en museo de art-brut. Allí estuvo Lobo Antunes. Pero con esto de la locura, tampoco quería entrar en la cuestión y tratarla como un mito literario. El capítulo sobre la madre de Konstantin también tiene que ver con algo de mi vida, cuando estuve en Deià de objetor de conciencia.

–Otra constante en sus libros es el tipo que camina sin rumbo aparente. ¿Hacia dónde se dirige el protagonista de Tomas falsas?

–Sí, la novela es muy biográfica. Para mí caminar es fundamental. Si me prohibiesen caminar sería una tortura. Caminar da un poco la idea del travelling cinematográfico. A lo largo de la historia de la literatura aparece mucho esta figura, el flâneur... Hay lugares en los que la persona que camina está mal vista. Estoy pensando por ejemplo en Los Ángeles. En el caso de la novela, el protagonista persigue un fin determinado: filmar lo que no está en las cintas. Él lo que quiere es volver por sus fueros, construir una obra de arte total, y para eso le gustaría contar con su exmujer. El tipo viaja sin parar. Más que un director de cine parece que es alguien que va buscando localizaciones. La cámara también es muy importante.

–¿En qué cineastas pensaba mientras iba trazando el perfil de Bruno Konstantin?

–En el libro creo que hay una atmósfera muy Lynch, en la estética es muy Wim Wenders. También tiene algo de Clouzot, el autor de El salario del miedo.

–Y de Godard.

–Sí. En el último capítulo se habla de Alphaville. También hay algo del corto Angustia de Alfred Hitchcock.

–¿Por qué parodia el mundo del arte y no el del cine?

–Lo dices por el capítulo Exposición y el título de la exposición Liquidación total. Sí, es una parodia del mundo del arte llevada hasta la subasta de uno mismo. Se han llegado a hacer exposiciones de perros agonizando y de enfermos de sida. Cosas así. Luego está el hilo de la exmujer. La verdad es que las estrategias de los galeristas y sus movimientos me parecen de risa.

–¿Qué valor tiene para usted el error en la creación?

–El error tiene a veces un punto de hallazgo y descubrimiento. A veces, si uno no hubiera errado igual no hubiera encontrado el camino que no estaba previsto. Lo que quiero decir es que, a veces, gracias al error encuentras otros afluentes.