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La edición pierde a Miquel Font

El histórico editor, artífice de más de 150 títulos referidos a la historia y sociología de Mallorca, falleció ayer repentinamente a los setenta años

Se ha muerto como vivió: en silencio y con discreción. Lo contrario a su legado cultural, una labor editorial arriesgada e insigne regalada a una isla que siempre ha precisado de la iniciativa privada para brillar. En la memoria, un hombre comprometido con el patrimonio cultural mallorquín, pero con la humildad posándose en cada una de sus frases: "No soy yo, son los libros", solía pronunciar cuando su hijo Miquel Font Poquet, actualmente al frente de la editorial homónima, sacaba una grabadora con la intención de publicar quizá, algún día, la biografía de su padre ("un gran contador de historias"), quien falleció ayer a los 70 años en su domicilio de Ciutat. Una pérdida que fue lamentada ayer por el Gremi d´Editors.

La vocación editorial de Font (Palma, 1941-2011), cuyo funeral tendrá lugar mañana a las 20 horas en la Església del Sagrat Cor, corrió paralela a su interés por la fotografía. Sus imágenes se publicaron en algunos medios de comunicación locales y con el tiempo llegó a montar laboratorio propio en la plaza Mayor. De ahí al sector editorial hubo un paso. En 1970 fundó la imprenta Imatge/70, donde se cocieron gran parte de los libros, publicaciones e incluso carteles de la época.

Pese a la relajación de la censura en las postrimerías del franquismo, las impresoras continuaban estando siempre bajo sospecha. Y Miquel Font Cirer fue uno de esos sospechosos que llegaron a ser acusados de conspirar contra Franco. No en vano editaba en clandestinidad los panfletos de todos los partidos políticos que no estaban legalizados.

Sus problemas con el régimen se produjeron a raíz de la impresión de un cartel inspirado en la bandera republicana para la exposición Miró 80, celebrada en el Col·legi d´Arquitectes en 1973, año en que el genio de las Constelaciones se convertía en octogenario. Al impresor se le abrió un proceso que no llegó a prosperar porque pronto llegó la democracia y la monarquía le concedió la amnistía. "Imagínate lo fastidioso que debió ser para un republicano como mi padre que se la otorgara el rey", observa su hijo.

Al negocio de la imprenta pronto se le sumaría otro: el de la editorial. En 1984 Mallorca era un yermo en cuanto a edición local. Sólo Moll y Edicions Cort operaban por entonces. Un tercero llamado Miquel Font, cuyo mentor fue el editor Luis Ripoll, iba a unírseles en la aventura libresca con un sello de autor –lleva su nombre– que pasó a manos de su hijo en 1999. Hasta entonces, Font había editado más de 150 títulos distribuidos en 14 colecciones, entre las que destacan Miramar (dedicada al Arxiduc Lluís Salvador); Obres de Ramon Llull (en edición facsímil y durante muchos años la única editorial que las ofrecía en dicho formato); La Rodella (única colección de temática judaica en España) o Imatges d´ahir (dedicada a la edición de álbumes fotográficos de los diversos pueblos de Mallorca, con más de 12 volúmenes editados).

Su gran visión como editor le llevó desde el primer año a estar presente en la feria del libro de Fráncfort, donde negoció los derechos de muchos de sus títulos, principalmente referidos a la historia, sociología y etnología de Balears. Germanófilo y ex miembro de la Arqueològica Lul·liana, también publicó algún que otro volumen sobre los expresionistas alemanes. Sentía una especial devoción por el escritor Albert Vigoleis Thelen. Entre sus colaboradores iniciales se encuentran el escritor y articulista de este diario, José Carlos Llop, y Valentí Puig, que fue asesor literario de la editorial en sus comienzos.

Como bibliófilo, reunió una importante biblioteca privada de temática balear con cerca de 15.000 títulos, además de una treintena de películas relativas a Balears anteriores a la Guerra Civil. Asimismo, sus fondos cuentan con numerosos archivos y colecciones de fotografía antigua y moderna de las islas. Pese a su afán por preservar la historia, siempre rechazó que se le fotografiara en vida, incluso en las presentaciones de los libros que editaba. Por eso las hemerotecas sí registran sus logros culturales, pero nunca muestran su rostro. Incluso su hijo sólo cede una imagen –de las poquísimas que ha encontrado– para este obituario. "Era el hombre más discreto del mundo", insiste. Y así se fue.

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