La sombra de la gripe, como otra peste de nuestro tiempo, se mece sobre nosotros y sobre nuestros compañeros de evolución. Siempre les hemos envidiado su vuelo y por eso Dédalo y Leonardo da Vinci se afanaban en construir trastos que se elevasen, y los hermanos Wright, y por eso existen los ángeles, que son como personas y como pájaros. El ángel que sonríe en la puerta de sa Llonja o el ángel que vela por nosotros sobre la torre de L´Almudaina, como los ángeles de la guarda sobre Berlín. Suponiendo que merezcamos que velen por nosotros, porque, como decía el otro día José Carlos Llop a este respecto, algo habremos hecho. Demasiado tiempo haciéndole porquerías al ecosistema para irnos de rositas.

El vuelo silencioso de las aves nos ha acompañado desde siempre, desde que se quedaron con nosotros como descendientes, dicen, de aquellos dinosaurios que se llevó por delante alguna colisión cósmica. Las gaviotas graznadoras de los puertos, los gorriones que se suben impunemente a las mesas de los cafés con los clientes sentados en ellas en las ciudades civilizadas, las cigüeñas con picos como castañuelas del convento de San Francisco, en Cáceres, o de la catedral de Palencia. La leyenda cuenta que Jaume I no desmontó su tienda porque una golondrina había hecho su nido en ella. Hoy las palomas se posan tan tranquilas en su casco y en la cabeza del caballo de su estatua en la Plaça d´Espanya, en esta ciudad donde nos quisieron prohibir echarles migas y donde les han ido cerrando fuentes públicas.

En Son Cotoner hay una calle que se llama Ocells. Una calle con árboles, claro está, que se inician en hilera entre una fachada blanca y una tapia crema. Después, en un ensanchamiento, descansa en un gran alcorque un ejemplar venerable, acompañado de unas pequeñas palmeras. Puedes sentarte debajo, y olvidarte por un momento del tiempo y del espacio. La calle Ocells continúa bajo persianas y toldos también verdes y después de cruzar Trobada, que es un bonito nombre, desemboca en la fea plaza de San Cosme, sin árboles ni bancos y repleta de coches aparcados. Sólo unos gorriones sobre los cables del teléfono le dan algo de vida y de belleza.

Los pájaros viven en nuestra memoria y en nuestra leyenda. Como el águila de la rondalla La flor romanial, como el Cant dels ocells interpretado por Pau Casals o por Jordi Savall contra la guerra, como la paloma de la paz de Picasso, como este verso de Federico García Lorca: "Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas / pequeñas golondrinas con muletas / que sabían pronunciar la palabra amor", como las tantas aves pintadas por Joan Miró en sus telas, como las generaciones de canarios extrañamente felices en sus jaulas doradas que han acompañado los días de nuestras gentes mayores. Como los animalitos que están siendo sacrificados y que son nuestros ángeles heridos.