–¿Usted en otra vida fue policía?

–No, no tengo ninguna vocación de inspector, aunque es cierto que siempre he tenido predestinación hacia el género policiaco. Cuando interpretaba al inspector Ferrer en la teleserie Policías me ofrecieron el personaje de esta obra, Llama un inspector, con el propósito de aprovechar el tirón que tenía la serie. Me negué, quería establecer una distancia. Este es un inspector muy curioso.

–¿Por qué?

–No tiene nada que ver con los inspectores que podrías encontrarte en las comisarías que hay sobre la faz de la Tierra. Es más que un inspector, es la llamada de su conciencia. No es un ser normal y eso desconcierta al público.

–¿Por qué cree que está predestinado a este tipo de personajes?

–Por mi físico, al medir más de 1,90; por mi rostro serio; y por la poca imaginación que demuestran algunos directores. Es un peligro que hay que sortear, pero ahí está la inteligencia del actor. El primer plató de televisión que pisé como actor lo hice como ayudante de un inspector. El personaje era un policía y el protagonista era un inspector que lo hacía Tomás Blanco, un gran actor, el policía oficial del cine español de los años 50 y 60. También debuté en el cine haciendo de policía, con Una mujer prohibida, película dirigida por José Luis Ruiz Marcos.

–¿Su prioridad siempre será el teatro?

–Siempre. En esa lucha entre el teatro, el cine y la televisión, el teatro es el único medio en el que uno se siente dueño de su profesión.

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