José Luis Oltra vuelve a estar en el ojo del huracán. La contundente derrota del pasado domingo ante el Zaragoza (2-4) ha vuelto a dejar muy tocado al entrenador valenciano, cuando parecía que había dejado atrás la crisis tras sumar diez de los últimos doce puntos posibles. Pero el conjunto maño devolvió al Mallorca a la cruda realidad, la de un equipo sin ninguna personalidad sobre el terreno de juego, que levanta bandera blanca a las primeras de cambio y sin ninguna capacidad de reacción.

Las dos próximas jornadas se antojan vitales para la suerte del entrenador, desde hace varias semanas claramente distanciado de su director deportivo, un Serra Ferrer que empieza a tener la mosca tras la oreja porque no le gusta nada de lo que ve. Oltra es consciente de que dos malos resultados en Tenerife -al que ascendió en 2009- y contra el Real Madrid Castilla en Son Moix dentro de quince días, pueden suponer su sentencia. Incluso cómo se pierda en el Heliodoro Rodríguez puede ser determinante para su continuidad en el banquillo. Es la ley del fútbol. Otra derrota acompañada de una goleada, con el agravante que supondría encajarla ante un equipo que en estos momentos ocupa plaza de descenso, sería insoportable y una prueba irrefutable de que a Oltra se le habría ido el grupo de las manos, pese a que en público los jugadores no paran de alabarle.

La falta de personalidad del equipo y la ausencia de respuestas por parte del entrenador cuando se presenta un problema durante los partidos molestan sobremanera en el club. Los once futbolistas que saca cada domingo Oltra no mandan nunca en los partidos, sea quien sea el rival. La forma de jugar, a la contra -señal de equipo pequeño cuando se supone que el objetivo es el ascenso- disgusta a los dirigentes, que de cara al público ofrecen todo su apoyo al entrenador pese a que ya hace tiempo que han perdido la confianza.

Otros síntomas preocupantes son su nula actividad en el banquillo y su discurso, entre conformista y victimista. Aún escuece cuando antes de enfrentarse al Hércules dijo que hubiera firmado el empate. El conjunto alicantino es antepenúltimo con seis puntos y con solo dos goles menos encajados que el Mallorca. O cuando el pasado sábado dijo que una derrota ante el Zaragoza no iba a marcar la temporada. Eso el tiempo lo dirá, pero lo cierto es que el equipo está estancado, sumido en la mediocridad de su juego y su clasificación, más cerca de las plazas de descenso que de promoción de ascenso.

Tras ocho jornadas disputadas, da la impresión de que el equipo está poco trabajado. Durante muchos minutos de los partidos no juega a nada. El cuarto gol del Zaragoza, que nació de un saque de esquina a favor del Mallorca, pésimamente lanzado por Íñigo, fue el mejor ejemplo del caos en que se halla sumido el equipo. "Fue un error grosero", lo definió un Oltra que de momento ha demostrado moverse mejor en la sala de prensa que en el banquillo. Solo en el Miniestadi, antes de la debacle del pasado domingo, ofreció muestras de lo que el grupo puede dar de sí. Los jugadores demostraron que saben jugar, o que son capaces de hacerlo.

Tampoco gusta en el técnico la poca implicación que demuestra. "Parece un funcionario", afirma una persona que trabaja cada día en son Bibiloni, en comparación con un Caparrós que, pese a salir por la puerta de atrás, se implicaba en el proyecto del club.

En ocho jornadas y tras más de tres meses de trabajo diario con la plantilla, todavía no ha encontrado Oltra el remedio para frenar la sangría de goles que encaja en cada partido. El técnico ha recibido consejos de que refuerce el centro del campo, desguarnecido con la sola presencia de un Thomas en labores de contención y con un Íñigo que está para labores más creativas. Con Bigas recuperado y la probable vuelta de Martí, que ayer ya corrió en el entrenamiento en Son Bibiloni, Oltra dispondrá de dos jugadores que se antojan imprescindibles. El primero en el centro de la defensa o de pivote y el segundo en el centro del campo. El técnico valenciano está obligado a encontrar una rápida solución a los muchos problema que tiene sobre la mesa. El tiempo se le acaba.