Lletra Menuda
El despreciado canto del gallo
Hasta no hace tanto, el energético canto del gallo rompía la monotonía del paso del tiempo y desperezaba la mañana, pero hoy, un lacónico cacareo de gallina ya molesta más que el efecto del tráfico de vehículos en la calle o los decibelios que se escapan de la discoteca. El cambio de percepción experimentado es un buen medidor de frecuencia de la evolución desde la sociedad rural práctica al urbanismo encorsetado que no distingue entre una ave de corral y una cotorra argentina invasora.
Gallos y gallinas campan a sus anchas en Cala d’Or y las quejas vecinales y hoteleras se reproducen mejor que los polluelos. Los animales siempre han sabido aprovechar lo que las personas desprecian, sea comida sobrante, solares abandonados o calles intransitadas solo útiles para el ocio y el negocio turístico. Ellos sí que han entendido y aplicado la desestacionalización.
Una de las cosas más llamativas del fenómeno de comportamientos exagerados es la reacción, también desproporcionada, de un Ayuntamiento de Santanyí que pone los huevos en cesto equivocado. Saca el bloc de multas para alimentadores furtivos, tolera batidas de captura, delega en Natura Parc y pone jaulas donde bastaba retirar la puesta de huevos para contrarrestar la reproducción. A veces las cosas son más sencillas de lo que aparentan. Demasiadas tortillas desaprovechadas.
Nadie ha sabido interpretar el ya oficialmente molesto canto del gallo como una reivindicación del equilibrio entre lo natural y urbano que todavía es posible en Cala d’Or. Es más, puede ser un buen reclamo de turismo ecológico en un término municipal, Santanyí, que también es rural en muchos conceptos.
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