Lletra menuda

La inclinación de la fiesta

Llorenç Riera

Llorenç Riera

La resaca de Sant Antoni es agria y preocupante hasta el extremo de reclamar brebajes de aceptación de errores, exigencia de mayor responsabilidad, buenas dosis de cálculo y previsión, todo ello aparte de palabras mejor atinadas.

Ya no se trata de pasar el mal trago cuanto antes, la cuestión es asegurar el futuro de una celebración que tiene en su éxito desbocado el mayor peligro.

Una de las cuestiones que se dirimen tras la edición más resbaladiza —en todos los sentidos— de el Pi de Pollença es si el tronco estaba demasiado inclinado. Es el fiel reflejo, un buen símil, de lo ocurrido en general. No es solo el árbol pollencí, es la fiesta de Sant Antoni en su conjunto la que está dañada por una peligrosa inclinación que amenaza su estabilidad.

No le sirven de puntal de aguante, todo lo contrario, los consistorios titubeantes entregados a la reflexión antes que a la acción, ni los clérigos frívolos con sotana dogmática. No era prudente mantener el protagonismo de Joan Francesc Cortés en Manacor tras su afrenta política inclinada en exceso. No es con la pasividad del rector y del obispo que presidió las completas que se gana a la gente. O que se transmite un mensaje nítido. Fue una forma de poner manteca difícil de superar al asunto. Igual de la que bloqueó el Pi de Pollença.

Se impone la necesidad de control diversificado aunque sea con decisiones impopulares y firmes.

Es así porque la tolerante fiesta de Sant Antoni lo admite casi todo menos las agresiones a periodistas, los comentarios sexistas en televisión o un choque Iglesia-Estado rebajado y devaluado a nivel parroquial.

El Pi de toda la celebración necesita erguirse con robustez de pluralidad, tolerancia y respeto.

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