Relajarse en un chiringuito de playa con refresco en la mano, calma y conversación, siempre ha sido un placer reconfortante al que ahora se añade otro aliciente, el de la amenaza de cierre que pesa sobre muchos de ello. Por tanto, la clientela queda sujeta al morbo de plantearse si será la última vez que podrá acudir a él.
Bastantes chiringuitos han abusado de la costumbre consolidada y la concesión privilegida, pero no es menos cierto que también tienen derecho a conocer su futuro.
Costas no puede dilatar por más tiempo la incertidumbre de renovaciones y permisos. Es más, es muy probable que no valgan interpretaciones ni criterios uniformes.
El caso de Can Lluc, en Cala Deià, es ilustrativo en este sentido. Se considera plenamente integrado en el entorno, asume el mantenimiento de la cala y aporta espacio para la prestación de servicios publicos esenciales. Por eso hasta el Ayuntamiento ha presentado alegaciones contra una caducidad con la que Costas no asume el desmantelamiento de la terraza.
