Al santuario insignia de Mallorca solo le faltaba el estallido de un conflicto laboral y humano para incrementar su crisis, no solo económica. Los comportamientos y sus consecuencias, denunciados por los trabajadores, son de tal calado que en modo alguno pueden saldarse con el refugio en las cuestiones internas, la expresión de disgusto y la alusión a un desaconsejable tipo de persona, referido a los afectados, que hace el prior. Siempre ha sido conveniente lavar los trapos sucios en casa. Sin embargo, en el caso de Lluc, la extensión del término obliga a ampliar la operación sobre el tendero de toda la isla porque el cor de la muntanya asienta sus latidos sobre la acogida y su promoción como casa pairal de tots els mallorquins, incluidos los no creyentes y discrepantes. No es un asunto reservado a Marià Gastalver aunque sí, probablemente, una vía de solución errática por su parte.
Si Lluc ha pedido complicidad a los mallorquines para sostener su economía, su peso religioso, su valor ecológico y su importancia patrimonial, no puede darles portazo ahora cuando salta la inquietud sobre los modos laborales y sanitarios del santuario de la Serra de Tramuntana. Salvar Lluc significa también tener la garantía de que sus asalariados están sujetos a la legalidad laboral y al respeto humano. Faltan explicaciones, esa complicidad con la sociedad a base de información que ni siquiera está en la sala de espera de tantos asuntos que afectan a la diócesis de Mallorca.
Es probable que la nueva crisis del santuario de Lluc sea consecuencia del difícil equilibrio existente entre rentabilidad económica y el servicio religioso y social. Aun así, urgen explicaciones sobre lo que amagan sus trapos sucios.