Manacor tiene a Majorica como cosa suya. No tanto en el sentido de propiedad material, sino como perla selecta de identidad, desarrollo profesional y vínculo social. Patrimonio colectivo, en una palabra.
Lo que ya no está tan claro, desde hace dos décadas, es que la propiedad de turno de la marca se sienta manacorina. Los comportamientos invitan más bien a pensar que para ella la ubicación es una rémora del pasado, un coste inevitable pero recortable y una perspectiva sin compromiso. A partir de ahí, todo se distorsiona sobre la incertidumbre y la inestabilidad permanente.
Majorica cambia de propietario otra vez y los trabajadores vuelven a temer por sus puestos laborales y a movilizarse en la medida que lo permite la pandemia. Les sobran argumentos y derechos, cuentan con apoyo institucional y simpatía popular, unos honrosos respaldos insuficientes, sin embargo, para garantizar el futuro. Igual que las buenas intenciones. Es la fría globalización.
