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El disfraz de fallo desafortunado

El camuflaje también puede ser inmaterial. Por eso mismo a los comportamientos, las intenciones y a las decisiones les está permitido disfrazarse. Incluso con efecto retroactivo y en diferido. Son posibilidades efectivas que han dado soporte al ayuntamiento de Pollença para exhibirse disfrazado de lo que el mismo ha etiquetado como fallo desafortunado. No consta que bajo tal ropaje apolillado haya el mínimo rubor por irreverencia ante la responsabilidad pública. Se ha logrado, eso sí, el cometido elemental de todo disfraz, el aparentar lo que no se es.

Más que un fallo del que puede ser autor involuntario todo aquel que no permanece con los brazos cruzados, es falta de tacto, insensibilidad corporativa y superficialidad en la gestión el dejarse colar un show erótico bajo anagrama y pago municipal. Por eso ahora, entrados ya en Cuaresma, tenemos un carnaval de comprensible polémica política y social al que se han visto obligadas a incorporarse las feministas de La Mala Pècora. Era evitable y debía haberse evitado porque cuando una fiesta pública deja heridas y lesiona sensibilidades personales y colectivas pierde su razón de ser.

Mientras la oposición desfila con una charanga de acusaciones y demanda explicaciones, el concejal afectado dice que no realizó la contratación explícita de un espectáculo erótico. Peor lo deja. Una de tres, o no se preocupó lo suficiente del asunto, o le han colado lo que no pidió o, en el peor de los supuestos, falla a la verdad.

Se ha logrado, eso sí, uno de los objetivos básicos del Carnaval, el de la burla, pero con los términos invertidos. Ahora es la oposición y la ciudadanía quien se burla del Ayuntamiento por su errático disfraz de fallo desafortunado.

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