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Lletra menuda

El valor humano sale a flote

Un año después de la gran tragedia hace tiempo ya que los focos alumbran otros intereses más efímeros, los abrazos de las autoridades se han agrietado como el fango reseco y las promesas de ayuda pública, en su incumplimiento habitual, no han logrado restituir la confianza en la clase política. Solo se salvan algunas excepciones a título personal. Pero nada es ni puede seguir siendo igual.

¿Qué queda de la gran torrentada de Sant Llorenç? La necesidad de sobrevivir, de buscar un mañana sereno y tranquilo, obliga a aferrarse a algo y a sacar aspectos positivos. Es entonces cuando se ve que resta mucho trabajo por hacer, demasiada prevención por consolidar. También es en este punto cuando sale a flote la buena memoria de los trece fallecidos y la fortaleza humana, en bastantes casos atada con solidaridad, que permite reponerse de la voracidad de una orografía muy particular y un urbanismo inadecuado.

Basta mirar el caso de Felip Forteza, que el mismo cuenta en primera persona en estas páginas o los aspectos y testimonios recogidos en el libro Sa Torrentada, para confirmar que una tormenta de 257 litros por metro cuadrado en una hora, sobre un gran embudo natural rematado con hormigón, no puede arrasar una reconfortante oleada de humanidad. Demostrado queda, aunque sea a un precio irreparable y demasiado alto. El cálculo de 23,4 millones de euros en daños es la cifra más alta del inmenso siniestro, pero no la más lesiva. En el perjuicio también pesa, sobre todo, el factor humano.

"No podemos evitar que el agua llegue, pero debemos facilitar que se vaya" dice Josep Cortès, el coordinador de Sa Torrentada que se presentará el viernes. No hay mejor expresión para resumir y retratar la situación actual ni los retos que debe afrontar sin demora, no solo Sant Llorenç y sus responsables municipales. Se impone el soporte efectivo de las administraciones autonómicas y estatales. Sin excusa ni cálculo.

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