La industria del ocio está sujeta a constantes imprevisiones y vaivenes, sobre todo en una tierra poco dada a la prevención, la programación y la diversificación. Miren, sin ir más lejos, el efecto Thomas Cook que, entre otras muchos cosas, vuelve a poner en boga a la siempre recurrente desestacionalización.
Se han ensayado muchas fórmulas complementarias o alternativas al turismo de sol y playa. Las ofertas destinadas a visitantes con alto poder adquisitivo es la que ofrece más posibilidades para canalizarlas con ciertas garantías. En el Calvià de borrachera y estruendo estival parecen haber hallado el recurso de los yates de lujo. Port Adriano alcanza la ocupación plena con este tipo de embarcaciones que, de septiembre a mayo, recalan en él para permanecer a resguardo y emprender labores de mantenimiento.
Es una fuente de negocio para los mecánicos especialistas y de servicios que demandan las tripulaciones de los yates.
El turismo de lujo resulta un potencial discreto y eficaz, una oportunidad de la que no puede prescindir esta isla entregada al monocultivo turístico y que, por mucho que le pese, está sujeta a demasiados factores externos y una competencia creciente que reduce la capacidad de reacción.