La subsistencia derivada de la migración es dura y se mueve por cauces plagados de debilidades y propicios para los engaños y la tentación del todo vale para ganarse el sustento. Si a ello añadimos choques culturales, desarraigo, ghetto y escasa voluntad o conciencia de integración, la suma de casos personales se vuelve problema social latente y visible.
Por estos derroteros andan ya en el Magaluf sobrado de deterioro y conflicto, con la ebullición interna en el seno de la comunidad senegalesa. Es un colectivo que necesitará de mucha mediación profesional y conducción legal para templar ánimos y adquirir hábitos de normalidad en un entramado social que no puede quedar fragmentado en segmentos.
Después de entrevistas con autoridades hace unos días y una manifestación en contra de sus paisanos entregados al trapicheo de drogas y robos, anteanoche Punta Ballena fue escenario de una batalla campal entre senegaleses, evidencia de que se necesita intervención y soporte inmediato. Es comprensible que el colectivo en regla, por decirlo de algún modo, entienda que los ilegales dañan su buen nombre, pero a estas alturas también deberían haber comprendido que la visceralidad es mala compañera y que nadie está en condiciones ni goza de bula para tomarse la justicia por su mano. Quien cumple con la ley está en la mejor posición para exigir a los demás que también se sujeten a ella de forma plena.