Cuando se conjuran la dolencia y la demanda necesaria de asistencia sanitaria, el tiempo adquiere una dimensión particularmente estática. Si la espera siempre desespera, no digamos en la sala de urgencias del hospital. En este espacio puede hacerlo hasta la crispación indignada.
Por eso resultan comprensibles las escenas que se describen de lo ocurrido la noche del miércoles en las urgencias pediátricas del hospital de Inca, mucho más con niños enfermos de por medio. Uno tiene la impresión de que faltó, sobre todo, la palabra necesaria en el momento adecuado.
Con la explicación oportuna, seguro que los padres y madres hubieran sabido ponerse en situación y hasta prestarse a la colaboración y al traslado para desbloquear el colapso. Precisamente por eso, porque ellos también son padres, hubieran podido entender a la primera que había casos "vitales" que no podían esperar y requerían la prioridad de las pediatras que ellos también reclamaban. Nadie reparó en que las palabras a tiempo también alivian. Hace bien el gerente en comprometerse a sanar la mecánica de información y atención a pacientes de urgencia puntual.
