El mérito personal, significado político y labor social o cultural de Joan Monserrat no han sido menos importantes por haber estado marginados ocho décadas de la homologación oficial. Los hechos y los comportamientos son claros para quienes saben contemplarlos de forma desapasionada y ecuánime, dos cualidades que no tuvieron nada de apego tras la Guerra Civil y tampoco se han excedido desde entonces.
Aún hoy no deja de ser triste que una vida como la de Joan Montserrat, sesgada a balazos en La Creu de Porreres en el 37, haya permanecido arrinconada durante tanto tiempo. Su proclamación como hijo ilustre de Llucmajor, antes que una condecoración extraordinaria por obra excepcional, que también lo es, significa el restablecimiento de la normalidad tantas veces olvidada, el pago y reconocimiento de una deuda pendiente. El honor quedaría redondo si los políticos actuales fueran capaces de llevar a la práctica los valores por los cuales Montserrat dio su vida.
