El contenido de salida del ERE destapado ayer por Cemex devalúa las buenas perspectivas de los planes de reconversión y diversificación conocidos la semana pasada con tutela de las administraciones autonómica y central. Cuando se intenta que una plantilla de 98 asalariados quede reducida a una docena, hay que dejar de hablar de transformación o reconversión y tomar conciencia de una liquidación pura y dura.
Ha sido un jarro de agua fría. Los sindicatos, que hasta ahora se mostraban afines a los nuevos proyectos, hablan ya de un mes de duras negociaciones por delante.
Con el gran tijeretazo que baraja Cemex se han sembrado serios interrogantes sobre la capacidad efectiva de recolocar a casi un centenar de trabajadores en industrias y servicios de nuevo cuño. Ni siquiera hay constancia de que la oferta laboral sea equivalente a la del número de despidos.
Cemex se ampara en que la construcción ha bajado y por tanto, también lo ha hecho la venta de cemento. No estamos en el peor momento de la crisis. Asignan la maniobra de liquidación a factores organizativos, económicos y productivos. Nada que no fuera predecible para una multinacional a la que también le sirve la alusión a imprecisas coyunturas europeas como colchón para amortiguar, por lo menos en cuestiones de imagen pública, un recorte y una despedida de Lloseta en toda regla. Costará salvar un número elemental de los derechos adquiridos por los operarios de la cementera.
