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La devastación en sa Pobla de la gripe de 1918

Se cumplen 100 años de una pandemia que dejó una gran desolación en otros muchos lugares del Mundo

Imagen de la puerta de ese año del cementerio, donde aseguran que se amontonaban los cadáveres.

Avanzaba el otoño de 1918 y en Mallorca hacía acto de presencia una peligrosa y mortal pandemia mal bautizada como "gripe española", que acabaría con la vida de cerca de dos mil personas en Balears. De ahí que las generaciones de la segunda década del siglo XX, al referirse a aquel fatídico año 18, fuera y es todavía recordado como s'any des grip.

Según el geógrafo y escritor Ferran Didac Lluch i Dubon, autor del único libro monográfico sobre la epidemia de gripe de 1918 en Balears publicado hasta el momento, apunta que "no solo hubo muertos, sino que quedaron muchos huérfanos y viudas, lo que provocó que tras la epidemia hubiera más matrimonios y un repunte de la natalidad".

Gracias a la detallada información que ofrece el vicario Joan Parera en los números de diciembre de 1918 y enero de 1919 de la revista Sa Marjal, sabemos cómo afectó a sa Pobla aquella enfermedad. En la crónica fechada el día 11 de octubre de 1918, la revista publica que "Por orden del gobernador de la Provincia, a causa de la enfermedad reinante llamada sa grippe, que es muy contagiosa, se hacen cerrar todas las escuelas y parvularios..."

Fallecidos

En el número correspondiente al mes de diciembre del mismo año, se relacionan, con nombre apellidos, apodo y edad, cada una de las personas adultas fallecidas. Se observa que de los 110 fallecimientos registrados en este período, 86 lo fueron por la gripe. Se añaden 47 aubats: niños de entre cinco días y seis años de edad.

En la relación de fallecidos encontramos algunas anotaciones, como la que hace referencia a que el día 29 de octubre falleció el matrimonio formado por Eleonor Capó, Cerola, de 30 años y su esposo Juan Trobat, de 33 años. O también la observación del fallecimiento de Juan Capó, de Can Lluís, de 11 años, el cuarto de los hermanos de una misma casa.

Pasada la devastadora epidemia, que no todavía sus dolorosas secuelas, en el número del mes de enero de 1919 de Sa Marjal, el vicario Parera publica la que titula "Funesta crònica". En ella cuenta algunos detalles y anécdotas ocurridas a lo largo de aquellos interminables treinta días de muertes y sufrimientos. La lectura de algunos episodios resulta conmovedora y capaz de herir las sensibilidades humanas.

El día 22 de octubre, la gripe se cobró la primera víctima en sa Pobla, Margalida Tugores, de Can Nin. Esta primera defunción despertó las alarmas entre el vecindario, ya que eran "muchas las personas atacadas por la epidemia, y empiezan a morirse poco a poco", decía la crónica del día 25 del mismo mes. Por tal motivo la Junta de Sanidad acordó no tocar las campanas anunciando los viáticos ni extremaunciones, ni de difunto para no alarmar a la población. A causa de la enfermedad reinante se ordena el cierre de los cines y en los bares no se permite a la gente sentarse en las sillas por temor a contagios.

Uno de los acontecimientos más dolorosos y más comentados por su tono dramático fue la muerte referida del matrimonio formado por Juan Trobat y Eleonor Capó, que ya habían perdido a un hijo de corta edad y dejaban huérfana a una niña que todavía no hablaba, de nombre Antònia, que quedaría bajo la tutela de unos familiares. El matrimonio fallecido eran los abuelos maternos del popular y destacado actor cinematográfico Simó Andreu Trobat, hijo de aquella niña que había quedado huérfana.

Pobreza

Si seguimos adentrándonos en el contenido de la "funesta crònica", frente a episodios verdaderamente dramáticos, también nos damos cuenta de que en aquella época, muchas familias estaban inmersas en la más absoluta pobreza. Y también escaseaban o eran insuficientes los servicios médicos y sanitarios para atender debidamente a tantos enfermos.

Era patente una urgente necesidad de leche, que, según los médicos era el único alimento que podían tomar los enfermos. El alcalde Bartolomé Cladera hizo saber que el Ayuntamiento había comprado cuatro vacas para paliar tal necesidad de leche.

Otras medidas sanitarias que se pusieron en práctica fueron echar gran cantidad de cloro en el interior de la iglesia, como desinfectante. También se ordenó encender hogueras en las calles "para desinfectar la atmósfera, ya que han dado muy buen resultado en Inca..." Otra recomendación era que se tirara cal viva y otros desinfectantes en los estercoleros, que se hacían en los corrales.

Desesperación

La gran mortandad que se estaba registrando daba lugar a situaciones tan dramáticas y desesperantes como el caso de un hombre al que se le había muerto su esposa y ni pagando pudo encontrar a nadie que quisiera trasladarla al cementerio. Ante tal situación, el hombre enganchó el carro a su caballería, cargó el ataúd y la transportó al cementerio. Por lo general, los fallecidos eran trasladados al cementerio portados a hombros por cuatro hombres, pero en más de una ocasión se tenía que recurrir al carro y la mula como medio de transporte, llegándose a acumular hasta quince cadáveres en el depósito, algunos ya en estado de descomposición.

La falta de personal médico para atender a los numerosos enfermos se hacía cada día más patente, hasta el punto que Rafael Torres, juez municipal, recabó los servicios de un médico militar que cobraba solamente un duro por visita y "cura a varios enfermos, algunos de ellos que ya habían sido desahuciados". El mismo juez también contrató los servicios del médico de Alcúdia Jaume Arrom, "que también visita cobrando, pero modestamente".

Otro comentario cuenta que con muchas dificultades se encontraba "a alguien que quiera llevarse los muertos al cementerio, por eso el señor alcalde dispone que haya cuatro hombres empleados para transportar los cadáveres, a los que se pagará un duro de jornal diario. La casa del difunto pagará cuatro duros, pero si es pobre no pagará nada."

Un siglo después de aquella devastadora pandemia la gripe sigue estando presente y cada año afecta a millones de personas en todo el mundo. Más o menos cada diez años, el virus cambia tanto que muchas personas enferman de gravedad. De ahí que las autoridades sanitarias insistan en aconsejar que personas que pertenecen a colectivos de riesgo se apliquen la vacuna que facilita Sanidad.

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