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Historia

Un siglo del naufragio que conmocionó a Banyalbufar

Un barco italiano zarpa con destino a Cuba. Un temporal desvía su rumbo y acaba embarrancado en la Punta de s'Àguila...

El barco quedó embarrancado a unos 50 metros de la Punta de s´Àguila. tomeu santandreu

En Banyalbufar, hay algunas casas que encierran un recuerdo de gritos y desesperación, de valentía y miedo. Casas vertebradas sobre vigas de madera que son el último vestigio de la mayor tragedia y, al mismo tiempo, del mayor acto de solidaridad que se ha vivido en el pueblo en los últimos 100 años.

Esa madera procede del Luigina Gi, un nombre que aún recuerdan los más veteranos del pueblo. Remite a un velero italiano que sufrió a principios de febrero de 1917 un naufragio cerca de lo que hoy se conoce como Punta de s'Àguila. A bordo, viajaban 16 tripulantes, y sólo sobrevivieron cinco.

Pese al tiempo transcurrido, vecinos banyalbufarins recuerdan el impacto que tuvo aquella tragedia en la localidad. "Trastornó y movilizó a todo el pueblo, y se habló de ello durante mucho tiempo", señala Paco Albertí, que actualmente es concejal en el Ayuntamiento.

No sólo es que fuera un naufragio en directo, desde el momento en que decenas de personas se agolparon en la orilla para seguir las labores de rescate conducidas por una embarcación de pesca con cuatro vecinos de Banyalbufar y uno de Esporles, que se jugaron la vida entre las olas.

A ello hay que añadir el impacto psicológico que supuso que, durante los días siguientes, el mar devolviese los cadáveres de los marineros. Y no sólo el mar. Algunos se encontraron también en tierra. Al menos dos de ellos lograron llegar a la costa, pero fallecieron al despeñarse víctimas del cansancio o de la desorientación.

El inicio de la tragedia arrancó en la localidad portuaria francesa de Marsella. De allí zarpó el Luigina Gi, de 1.700 toneladas, con un cargamento de tejas. Destino: Cuba. Un temporal les sorprendió en mitad del trayecto y acabaron cerca de Mallorca. El fuerte viente arrancó parte de las velas, y se llevó dos anclas y dos botes de salvamento. A la deriva, acabó embarrancado en la zona de la Punta de s'Àguila. No excesivamente lejos de la costa, a apenas 50 metros.

Esa cercanía fue la perdición para la mayoría de tripulantes. Como explican las crónicas publicadas aquellos días en el diario La Almudaina, cinco marineros se tiraron al mar para intentar llegar nadando. Pero ninguno sobrevivió. El resto de los tripulantes se quedó durante la noche en lo alto de los mástiles. Por la mañana, cayeron al agua el capitán, el piloto y el contramaestre.

A esas horas, un joven llamado Bernat Sastre que paseaba a caballo fue de los primeros en dar la voz de alarma, como lo hizo una pareja de carabineros. La noticia llegó al pueblo, y se organizó una expedición de rescate. Como el puerto de la Galera estaba inutilizado por el temporal, partieron desde el Port des Canonge.

En la pequeña embarcación de salvamento, iban los patronos Josep Ripoll y Llorenç Picornell Cabot, además de los marineros Joan Albertí Ramell, Llorenç Picornell Ferrà y el hijo del pescador Boscana. Seguía haciendo muy mala mar. "Se acercaron a una distancia prudencial a la popa del barco embarrancado en el preciso momento en que un gran golpe de mar arrebataba a otro marinero a la vista de ellos y de más de 200 personas que estaban en la orilla y nada pudieron hacer [por el] desgraciado que desapareció entre las rocas", relata la información de La Almudaina, recopilada en la obra Banyalbufar a les publicacions periòdiques (1914-1978), de Jaume Albertí y Ramon Rosselló. Con la caída de ese marinero, quedaban sólo otros cinco.

El patrón Josep Ripoll.

De esos cinco, el mayor, que superaba la cincuentena, tuvo un papel clave. Él era el que estaba más entero física y mentalmente. Se encargó de amarrar uno a uno a sus compañeros para que los recogieran desde la barca de rescate. Él -que, por cierto, dijo después que no sabía nadar- fue el último en ser salvado.

Entre los supervivientes a ese infierno azul, había dos chavales de 15 años y un ciudadano norteamericano. El resto, italianos. Sus nombres: Giuseppe Giobota, Damián Feder, Tounet Albert, Leon Eudin y Giuseppe Pietro. Una vez en tierra, fueron agasajados con todo tipo de atenciones, según cuentan las crónicas.

Hasta el Port des Canonge, acudió el médico Ramon Vanrell. Guillem Albertí, Jaume Mir, Miquel Cabot, Tomàs Ripoll y Josep Bujosa se quitaron sus ropas para dárselas a los náufragos. También fue destacable la colaboración de la propiedad de las casas de Son Bunyola, donde Guillem Albertí, Margalida Mir, Rosa Ambrós y el propio Vanrell participaron en las tareas de reanimación de los marineros. En días posteriores, el mar fue devolviendo cadáveres. Además, se encontraron dos cuerpos en tierra firme. Uno en el Prat de la Comuna. La hipótesis es que se cayó por un despeñadero tras llegar a tierra e intentar buscar refugio. Y en un pinar apareció otro cadáver, al que se vinculó también con la tragedia del Luigini Gi. Estaba al final de una pendiente y tenía una herida en la cabeza, lo que se atribuyó a una caída.

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