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Pensar, compartir... | Si yo fuera alcaldesa

Si yo fuera alcaldesa.

Prevenir conflictos y crear normas de convivencia está en la base de toda comunidad. Lo mismo sirve para una clase de un colegio como para toda una ciudad. En la gestión forestal es un clásico que, en épocas de calor, se hagan campañas con anuncios de todo tipo para que la gente no utilice fuego en sus escapadas al monte ni quemando rastrojos. En materia de circulación la DGT se esmera en sus campañas para reducir los accidentes de tráfico.

Lo cierto es que ni en las escuelas, ni en el monte, ni en las carreteras, las cosas funcionarían si, además de educar e informar, no hubiera mecanismos y personal de vigilancia y control. Tutorías de clase y equipos directivos, guardas forestales y policía de tráfico son quienes garantizan que el orden se mantenga.

Escribí ya aquí un artículo titulado Hoy lo revolucionario es el orden y quiero insistir en ello porque creo que la vida es más placentera y larga si vivimos en un entorno amable y seguro. En parte, la felicidad es saber que tus vecinos, sean personas solas o familias, y también los locales comerciales, piensan en los demás tanto dentro como fuera de sus casas o establecimientos.

Si abrimos los ojos, sin velos ideológicos y miramos la situación de Palma en lo referido al orden y a las normas de convivencia, lo que vemos es preocupante. Pintadas vandálicas, botellones y sus restos, coches abandonados, contenedores de basura maltratados, pegatinas que cubren farolas y señales, orines de perros y personas en cualquier pared, ruidos de bares y casas que provocan estrés, coches aparcados en las esquinas que impiden el paso de peatones, de cochecitos de críos y de sillas de ruedas…

Los continuos incumplimientos de sus obligaciones por parte de la ciudadanía están creando un ambiente feo, hostil, desagradable y, en parte, inseguro. La falta casi absoluta de control, por parte de quienes tienen la responsabilidad de hacer cumplir las normas, es también causa de que hoy Palma no se pueda definir como una ciudad agradable, en la que apetece vivir. Deberíamos recuperar ese marchamo de capital de tamaño medio con capacidad de mostrarse bonita, solidaria y con un presente atractivo. Fíjense que hablo de presente, no de futuro, porque ya no nos creemos el cuento de la lechera en la versión clásica y porque ya tenemos una edad y queremos ver resultados, yo al menos.

Para luchar contra los pasos hacia atrás en materia de civismo y convivencia que sufre nuestra ciudad, Jaume Pla Forteza, en una entrevista que Xavier Peris publicaba en este periódico el pasado día 24, daba una clave importante. Este inspector de la policía local de Palma que lo ha hecho casi todo en ese cuerpo, se ha jubilado y habla de manera clarividente. Después de leerla me quedé más tranquila. No es que el titular de la página fuera precisamente balsámico: «La Policía Local de Palma tiene desatendidos los problemas de convivencia», sino porque, al fin, alguien entendido ponía nombre a la enfermedad que hace mucho venimos detectando. Así que ya no temo pasar por gafe o exagerada.

Esa entrevista pone el dedo en la llaga y alguien debería darse por aludido. Dice Jaume Pla con todas las letras: «Los esfuerzos que dedicamos a las competencias que compartimos con la policía nacional, dejamos de dedicarlos a las competencias propias, especialmente tráfico y ordenanzas municipales. Y eso conduce, desde mi punto de vista, a una violencia ambiental, de baja intensidad, pero que perjudica mucho la convivencia en el entorno urbano».

Repito sus palabras porque me parecen esperanzadoras. Llama a las cosas por su nombre además de mostrar el camino de la solución.

Si yo fuera alcaldesa llamaría a este inspector jubilado y le rogaría consejo y ayuda. Y por supuesto haría caso de sus advertencias. La policía local debe cumplir un papel que no cumple. Los anuncios de cambios y más personal no se ven en la calle ni han dado resultados. El incivismo es el caldo de cultivo de la violencia ambiental, sería la conclusión. Combatirlo, con vigilancia y control, es la obligación. Así se hace en las carreteras, las escuelas y el monte. Si no, no funcionamos.

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