En su primera vida, vendía a granel productos de droguería; durante la segunda y más amplia, se especializó en fotografía y fue un referente en Palma; y la tercera comenzó a vivirla en plena crisis económica porque se renovó en lugar de morir y ahora se dedica a la pintura de brocha gorda. Casa Juliá cumple 70 años y lo hace con la tercera generación de la familia al frente de un establecimiento emblemático cuyos orígenes se ubican en la plaza de Sant Antoni, la antigua puerta de entrada a Ciutat, y adonde acudían clientes de toda la isla.

Era 1948 cuando Llorenç Juliá, con 26 años, quiso probar suerte en un negocio, por lo que compró la droguería de un amigo. Allí se podía adquirir una gran variedad de productos químicos para la elaboración de jabón, salfumán, blanco de España, naftalina y otros utilizados habitualmente para limpieza y pintura, debido a que en aquella época no tenían recipientes manufacturados con las mezclas ya hechas, sino que lo normal era comprar la materia prima a granel y elaborar en casa lo que se necesitaba.

"Como el local era reducido, los productos se almacenaban en la planta superior y un empleado que estaba ahí seleccionaba los pedidos y los bajaba mediante un pequeño montacargas", tal como relata Bartomeu Juliá. Nació en ese edificio un año después de que su padre y su madre, Margarita Miquel, se embarcasen en la droguería y cuenta que el tamaño del establecimiento condicionó el futuro del negocio.

"Enseguida quitaron la parte de ferretería y buscaron artículos pequeños con un valor añadido, como la perfumería y fotografía", que ya tenían cierta presencia en Casa Juliá debido a que vendían a granel material relacionado. La dimensión del comercio no fue tan determinante para comprar otro local como el plan municipal urbanístico de Ribas Piera. Este proyecto de transformación de la ciudad contemplaba derribar el edificio de la Porta de Sant Antoni, destaca Bartomeu Juliá, por lo que sus padres adquirieron una tienda en 1958 en la cercana calle Josep Anselm Clavé.

Finalmente, el inmueble no fue demolido y el negocio se dividió entre los dos establecimientos. Llegaron los años 60, los artículos manufacturados y la expansión económica y turística, con ventas masivas de carretes de fotos a los establecimientos hoteleros y cajas de papel fotográfico a los profesionales que hacían retratos a los visitantes, así como todo tipo de productos del sector. Asimismo, tenían un laboratorio de revelado en la Porta de Sant Antoni, pero los locales se quedaron pequeños y adquirieron otro en 1971 en la calle Marqués de Fontsanta.

Pintura profesional

Continúa en el número 16, frente al parque de ses Estacions, así como en Son Castelló y Manacor, con el nombre de Juliá Pinturas y Decoración. En 2011 adoptaron la drástica decisión de sustituir la fotografía por la pintura, sobre todo especializada en el sector profesional; en 2012 cerraron el local de Sant Antoni y al siguiente, el de Anselm Clavé. El motivo de esta importante reconversión fue la llegada de la fotografía digital, que provocó la desaparición del revelado, y la venta por internet, que disminuyó enormemente la atención personalizada al cliente, tal como explican los herederos, Toni y Llorenç Juliá.

Ocurrió en plena crisis, aunque sobrevivieron, y en 2014 hicieron un profundo cambio de imagen. El nuevo rumbo les ha llevado a su primera vida, cuando vendían productos químicos a granel para elaborar pintura. Sin embargo, ahora tienen 26 empleados, una nave de 2.000 metros cuadrados en el polígono, 20.000 artículos en stock, reconocidas marcas de pintura náutica y de construcción y un proyecto por delante para que la emblemática Casa Juliá siga siendo un establecimiento histórico de Ciutat.