Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Palma a Palma

Olores portuarios

Olores portuarios

L a ciudad vive también en los olores. Es una geografía que ignoramos. Y eso que resulta tan definida como la visual. Los olores flotan sobre determinadas partes de la trama urbana. Muchas veces la definen. Y, sobre todo, nos ponen en conexión con esa parte más oculta de la mente. Donde se guardan los recuerdos, los cofres secretos. Donde el pasado resucita por unos momentos como si fuese un espejismo.

Uno de los recursos para comprobarlo consiste en volver al puerto. Mejor dicho, a lo poco que resta de lo que antaño fuera el puerto de verdad. Un puerto pesquero huele de una manera muy especial. Un perfume definido en primer lugar por el salitre del mar, la brisa. Pero también por aromas mucho más acres. Esa mezcla de alquitrán para el calafateo y el pescado rancio. Ese depósito que tiene un gran componente orgánico, vital, evocador de travesías, viejos marinos, temporales...

Palma, con todo su desarrollo turístico y urbanístico, ha ido perdiendo aquel carácter de puerto odorífico. Esa embriaguez de sentidos que se encuentra en cualquier enclave marinero del Mediterráneo. Lo ha perdido, pero no del todo.

Me gusta acercarme a la fachada marítima, al moll de pescadors. Cerca de donde todavía se extienden las redes para ser reparadas y secadas. Aunque cada vez de manera más testimonial. Desde allí se contemplan todavía las viejas barcas. Esas que llevan sobre sí el peso de muchas navegaciones y muchas pescadas. Con sus remiendos madereros, sus repintajes.

Allí, aspiras profundamente y todavía te embriaga el aroma portuario. Ya muy reducido. Presente sobre todo en las inmediaciones de la Llotja del Peix, donde sí que te asaltan los recuerdos de los puertos de toda la vida.

Baudelaire escribió: "Hombre libre, siempre amarás el mar".

Y el mar no solo es un paisaje para navegar, bañarse o surfear.

Es también un paisaje de olores.

Compartir el artículo

stats