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Palma a palma

Fantasmas del terreno

Fantasmas del terreno

Los sitios que has amado quedan para siempre dentro de ti. Forman parte de una geografía de sueños y recuerdos que, aunque no tenga planisferio, te guía en la travesía de la vida. Luego, el tiempo pasa. Las cosas cambian. Pero ese mapamundi de emociones sigue allí.

Inalterable. En la cuarta dimensión de lo vivido.

No puedo evitar esa reflexión cada vez que doy un paseo por El Terreno. Fue mi barriada durante bastantes años. Y podría recorrer algunas de sus calles con los ojos cerrados, enumerando los locales desaparecidos. Los personajes que eran habituales. Incluso el sonido de sus calles. Sus jardines. Aquel piano que sonaba a lo lejos...

Pero hoy, la realidad es bien distinta. De ser una barriada ligeramente melancólica, con aquellos residentes extranjeros, los artistas frustrados, los retirados del mundo, los terreneros de siempre, ha pasado a ser un extrarradio. Con una vibración bien distinta. Decadente y degradado, porque es el gran abandonado del ayuntamiento de Palma. Paseando por sus calles, me cruzo con esos recuerdos espectrales. El inglés que vivía en una casa diminuta rodeado de perros, la señora alemana que comía cada día en La casita, el travestí noctámbulo de Gomila, el tortillero, los ingleses borrachines del Africa's bar, los periodistas discutiendo en el Joe's, las mujeres fatales caminando por la acera, las sirenas de ambulancia, los adictos a los piano bar...

Aquella realidad evanescida vuelve a veces, en momentos un poco crepusculares. Y cuando subes una de sus cuestas, con el castillo de Bellver al fondo, te parece atisbar figuras que pertenecen a ese pasado ya extinto. ¿Son imaginaciones tuyas? ¿O quizás las almas acaban por regresar a los lugares que amaron? Y el inglés elegante del sombrero y el abrigo, el mismo que hablaba horas y horas con los barman, sigue saliendo con su bastón en la alta noche. Repitiendo un rito que constituyó para él la parte central de la vida. No como una condena, sino como una vacación más allá de la vida y de la muerte.

Otras zonas de Palma tienen sus propios fantasmas. Mayestáticos y orgullosos en Canamunt, ruidosos y populacheros en Canavall. Pescadores en el Molinar, payeses en Ets Hostalets. Pero los fantasmas de El Terreno son únicos. Están integrados en un paisaje que a pesar de todo no desaparece. Ese balcón maravilloso sobre la bahía y la ciudad lejana.

La vida cambia. Mientras ellos, como si no se hubiesen muerto, siguen paseando por los callejones de El Terreno a la busca de un bar abierto.

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