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Olores fantasmas

Nuestra cultura occidental es parca con el arte de los aromas. A excepción de los perfumes y aromatizantes, poca sensibilidad olfativa ha desarrollado...

Olores fantasmas

Nuestra cultura occidental es parca con el arte de los aromas. A excepción de los perfumes y aromatizantes, poca sensibilidad olfativa ha desarrollado el hombre moderno. La historia nos enseña que, en otros tiempos, los olores constituían todo un lenguaje. Templos e iglesias cuidaban mucho ese aspecto sensitivo. En parte también para compensar la miseria aromática que debía dominar la vida cotidiana. En ciudades llenas de desperdicios y excrementos de animales.

El verano es una buena época para experimentar con los olores. Sobre todo los secretos. El aire es denso y húmedo. Vehículo perfecto para transportar efluvios leves, a veces casi imperceptibles. Que en otras estaciones probablemente nos pasarían inadvertidos.

Los olores se quedan fijados a veces en cajas, frascos, carpetas, cajones. Lugares más o menos herméticos. Donde pueden perdurar durante mucho tiempo sin perder su fragancia.

Generalmente siguen guardados, ajenos a nuestra vida cotidiana. Pero en verano, ignoro por qué razón, a veces se despiertan. Y sin que abras ningún tipo de envoltorio, aparecen de repente. Leves, insinuantes. Como una nube de perfume rancio que sobrevuela un rincón de la casa.

En ese momento, te quedas inmóvil. Te parece que una presencia invisible acaba de penetrar en la habitación. Y la recorre lentamente, mientras tú intentas seguirle los pasos sólo olfateando. Porque es un personaje etéreo, inasible, casi inexistente. Si no fuera por el olor.

Entiendes así porqué en ritos antiguos el perfume siempre tuvo una gran importancia. Y que las estatuas de muchos templos estuvieran regadas con esencias y ungüentos. Porque el olor, a su manera sutil y profunda, es capaz de despertarnos la sensación de una presencia.

Por más lejana que esta sea.

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