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Palma a la vista

El niño de La Paz

La farmacia de la calle La Paz lleva cerrada años. Fue propiedad de un republicano. L.D.

Palma es territorio de convivencia de Arriba Abajo. El Up and Down de la ciudad en una calle, dos según el callejero, que no alcanza los quinientos metros. Sant Feliu, hoy, a juzgar por las banderolas que cuelgan de balcones y fachadas, incluidas el ex palacete de Jaume Matas, territorio del empresario alemán, aunque nacido en Rumanía, Gerhard Braum, que es la prolongación de la llamada milla de oro. Muy poco originales, por cierto, a la hora de describir la pujanza de una arteria cuyos precios, tanto en solares, en venta y alquiler, como el de sus restaurantes y productos a la venta, son de vértigo.

En el encuentro con La Paz, uno se topa con las almenas de la que fue casa de los Moragues Monlau, en la que vivieron los tres hermanos; hoy es una de las viviendas más lujosas y entre sus inquilinos, el abogado Joan Buades y el decorador Antonio Obrador, en tiempos muy solicitado por Maite Areal, la mujer de Matas, para decorar el palacete y el apartamento en la Colonia de sant Jordi.

Justo en su esquina, que linda con la calle del Vi donde nació el músico Joan Maria Thomàs, hoy recordado con una humilde placa para quien fue organista de la Catedral, impulsor de la Capella Clàssica, en la que llegaría a colaborar el mismísimo Manuel de Falla para quien compuso la Balada de Mallorca.

Precisamente, en la calle de La Paz, al lado de la antigua farmacia, propiedad de un farmacéutico republicano que fue represaliado en la guerra, se escuchaba el piano viejo de una señora. En la farmacia trabajó durante años Liberto Rigo. Seguro que por encima del obrador de la apotecaria vería al humilde zapatero, y al remendón de suelas le alcanzaría el olor a pan recién hecho en el horno de La Paz, que aún sigue despachando los pequeños llonguets y donde se vendió hielo en barras.

En el chaflán, años después, en los setenta, había un bar con un curioso letrero: Nata Bocadillos Bebidas, muy frecuentado por los soldados que hacían el servicio militar. Las muchachas pasaban a su lado con los labios tiznados por el sangre de toro que servían en la bodega de Sant Feliu.

Alguien ha dibujado un niño en la fachada desconchada de la Farmacia, que aún deja ver el horario comercial del negocio. A ras de suelo se ve al pequeño de La Paz, que en su pequeñez pasa desapercibido. Parece salido del lápiz de Joan Aguiló, que ha poblado Palma y otros lugares de Mallorca con esos personajes cotidianos que nos hablan a la cara, no se ocultan, ríen si tienen que hacerlo, o lloran si hay motivos. No hay traición en sus personajes.

En menos de quinientos metros, conviven los de arriba y los de abajo, las pequeñas historias de cada día y los anhelos de estar por encima del bien y del mal. Condición humana en estado puro.

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