Una empalizada, una lanzadera entre los mástiles de los megayates, permite al de a pie propulsarse sobre los aires. Eso sí, en corto recorrido. "Ah, pensé que era más grande", se escuchó a un turista nacional decirle a su mujer. Ella le distrajo de su desilusión señalándole con el dedo: "Mira, La Valeta". Efectivamente, un hermoso barco, de gran eslora, y con bandera de Malta, se balanceaba en el agua. Al halcón maltés le habían dado permiso y estaba zanganeando por la desigual Ciudad. Buscaba el modelo original y se encontró con un remedo de Mediterráneo. No se desilusionó, que el halcón vuela alto y sabe ver.

El Moll Vell va cambiando de fisonomía. Empezó con el edificio de Sanidad, un cubo de acero marrón con vetas grises, de dudosa factura, y siguió con el de la Autoridad Portuaria, un ejercicio de exagerados gestos. Parece un espejo donde más de uno se mira y se arregla la indumentaria, como una joven turista rusa que aprovecha para rematarse en carmín de sus frágiles labios. El lienzo cristal, el azogue de envergadura, es perfecto para eso que llaman 'selfies'. El coste, 18 millones de euros. La Autoridad Portuaria navega boyante. Pero hoy vamos de propulsión.

Es un alivio, eso sí, el despeje de la zona que en su momento ocuparon un restaurante y un aparcamiento y que ahora permite pasear, pedalear, patinar, correr salvo cuando están ocupados y entretenidos con ferias, que obligan a cerrar el espacio público o al menos, a mermarlo.

Sobre la llanura del paseo, la vista se eleva, se interrumpe en su paseo horizontal para verticalizarse. Varias escaleras, como si fuera un zigurat, invitan o desaniman a subir. Hay ascensor, un alivio en una ciudad desconsiderada con los que tienen problemas de movilidade diversa índole, pero lo interesante es hacerse con el cielo peldaño a peldaño.

En lo alto, la Lonja, aún gratis et amore, se perfila señora y guarda del lugar, más lejos, la gran dama de color arena vigila una bahía cada vez más poblada. Se sacan fotos casi al instante de llegar. Todos llevamos un pájaro dentro, ¿a quién no lo gusta ver las cosas desde arriba? ¿O será un mandamás el que con nosotros también va?

El proyecto zigurat, la lanzadera, es de Juan Antonio Cortés y Santiago Ferrer aunque en el origen estuvo Vicenç Mulet, alberga locales en la parte superior y en la bajera, donde ya ha abierto un restaurante con profusión de remates náuticos. Mucha maroma, mucho nudo marinero, y el blanco y azul y las caracolas. No se nos vayan a despistar los turistas y se crean que han llegado a Washington.

Un breve paseo te arrima a los veleros, algunos de Lord Jim y otras aventuras, aunque se estrecha el espacio para verlos de cerca. Será porque hay quien se marea y prefiere ver los toros, ¡usted perdone!, los yates, desde la barrera.