El mamotreto comenzó a desmoronarse hace 25 años. Resistió tres lustros más, pero Diario de Mallorca publicó a principios de mayo de 1989 que la sentencia de muerte estaba dictada. Los palmesanos habían convivido durante décadas con un conjunto de edificios militares que afeaban el Baluard del Príncep, uno de los escasos restos supervivientes de la muralla. Ferran Guijarro hizo público el acuerdo entre Cort, Defensa y El Corte Inglés para derribar las viviendas que afeaban las defensas y rompían la perspectiva del casco antiguo. Los grandes almacenes mostraron su disposición a pagar la operación urbanística. El maestro Andrés Ferret escribió: "La palabra demolición empieza a sonar bien en los oídos de una sociedad harta de ver destrozados sus paisajes naturales y urbanos. Y paisaje urbano de primera magnitud son esas murallas vulneradas y degradadas por el torpe edificio".

El poder omnímodo del Ejército después de la Guerra Civil permitió construir en un lugar donde ninguna ciudad civilizada lo hubiera autorizado. El proyecto fue diseñado por Juan Castañón de Mena, ministro y jefe de la Casa Militar de Franco. Bellas Artes, competente en la protección del patrimonio, fue incapaz de frenar las obras y ni siquiera se aceptaron las restricciones que sugirió para reducir el impacto. Los militares han perdido hoy influencia civil, pero han sido sustituidos por don dinero

El convenio a tres bandas requería que se realojara a los militares o familiares que habitaban los pisos antes de proceder al derribo. En un principio se calculó el coste de la operación en 400 millones de pesetas -2,4 millones de euros-. Después vinieron las complicaciones, la más importante fue el rechazo de los residentes a abandonar el lugar. Hubo que esperar hasta el mandato de Catalina Cirer para que en 2007 culminara el derribo de los edificios. Y fue durante la alcaldía de Aina Calvo cuando Elías Torres dio continuidad a su reforma de Dalt Murada incorporando el solar liberado del Baluard del Príncep. Sin embargo, aquel mayo de 1989 se había dictado la pena de muerte para el monstruo. Una sentencia lenta, pero sin indulto posible.