La Bonanova es uno de esos barrios que mira por encima del hombro al resto de la ciudad. Y lo hace porque puede permitírselo. Desde la altura, que no supera los 100 metros, se contempla a la perfección toda la bahía de Palma.

Es un remanso de paz junto a la gran urbe. Quizás por eso ubicaran en la cima del altozano una ermita. El edificio religioso se remonta a los siglos XIV o XV. Algunas fuentes apuntan que en el año 1472 fue cuando se construyó el lugar de culto, dedicado a la Virgen de la Bonanova, del que ya no quedan restos. Dos siglos después, en 1694, se instalaron allí los carmelitas, que dedicaron el lugar también a Sant Antoni.

El origen del nombre de la Bonanova tampoco es claro. Un historiador de la zona, Conrado Garau, asegura que sería por "una finca antigua, aunque también existen otras leyendas". El religioso e investigador Jaime Capó, que escribió un libro sobre la barriada, afirmaba que la marquesa de Solleric -que financió la construcción de la ermita actual- esperaba en casa a su marido cuando él realizaba largos viajes. Ella siempre preguntaba por su esposo, del que aguardaba "bones noves".

No obstante, Garau afirma que no hay documentación que avale esa teoría. Según fuentes del Ayuntamiento de Palma, la denominación aparece por primera vez en el siglo XVII en una concesión del papa Clemente X, por la cual otorga indulgencia plena a quien visite la capilla de "Sancte Marie de buena nueva". Con la desamortización de las propiedades religiosas de 1836, las tierras fueron compradas por mercaderes. Fue entonces cuando comenzó la expansión urbana del barrio.

Garau es un joven historiador que trata de reconstruir el pasado de uno de los puntos más excepcionales de la ciudad. Ora por la distancia entre las casas, ora por la estacionalidad de los residentes, el experto afirma que "muchas veces parece un barrio frío, porque cuesta organizar actos entre los vecinos". Sin embargo, él destaca que el oratorio se ha acabado convirtiendo en un protagonista involuntario del barrio.

Romería por la colina

El mejor ejemplo es la antigua romería al santuario. Junto a la de La Real, era de las más concurridas de Palma. Pero ahora se ha dejado perder la tradición, asevera Garau, y hace años que no se celebra. La versión moderna de la fiesta es un pa amb oli multitudinario en la falda de la ermita, que sirve de excusa para la reunión vecinal.

Tradicionalmente, la romería de la Virgen de la Bonanova se celebraba el domingo posterior al 8 de septiembre. Durante la vigilia, los fieles desfilaban hacia el templo. Entre 1801 y 1808, mientras estaba encerrado en el castillo de Bellver, Gaspar Melchor de Jovellanos dejó constancia escrita de cómo era la celebración popular: "Lumbradas y bailes al son de la gaita y tamboril anuncian desde la noche anterior la solemnidad preparada, y el primer rayo del siguiente día halla ya cubiertos los senderos del bosque y las demás avenidas de la ermita de un inmenso gentío".

La romería luego se fue ampliando y tuvo un carácter más familiar. Ya en el siglo XX, por el camino había puntos de venta de membrillo o frutos secos. La revista falangista catalana Destino escribió en 1955 que "ses costes de la Bonanova durante toda la tarde y la noche de la víspera hormigueaban de gente, que no regresaba hasta haber oído alguna de las misas que se celebraban en la capillita". La misma publicación afirmó que en otoño "los atardeceres de na Burguesa son espléndidos": "Las nubes cabalgan por poniente, y se tiñen de colores tan inverosímiles que, de pintarlos alguien, se le tildaría de fabricante de los cromos más exagerados".

El excepcional atractivo de la barriada sedujo a personajes como Camilo José Cela, que fue uno de sus vecinos más ilustres. A principios de los 80, recueda Garau que "se encargó de realizar el primer pregón civil de las fiestas del barrio, que fue muy literario". "La Bonanova es un caserío entrañable, minúsculo y sentimental que ama su decorado y cuyo cuerpo crece con el progreso pero cuyo espíritu se conserva por encima del tiempo y del progreso", dijo el premio Nobel. Muchos otros escritores han incluido la magia de la Bonanova en sus obras. Uno de ellos fue el folclorista Antonio Mulet. Según el historiador, Mulet era de Gènova, pero redactó una obra completa sobre la Bonanova y ahora queda como vestigio una calle en su honor.

La barriada linda con Cala Major, Gènova, Bellver, el Terreno y Portopí. Está junto al torrente del Malpàs. Para acceder a él, son inevitables las sinuosas curvas. Si en el siglo XIX empezó a edificarse en el barrio, en el siglo XX se consolidó como núcleo de descanso. Las casas se fueron acercando unas a otras y el boom turístico de los años 60 terminó de rematar la faena. Con el tiempo devino en un lugar entre lo residencial y lo turístico. Los chalés predominaron sobre las modernas fincas y hoteles de múltiples alturas. Se instalaron familias acomodadas, muchas de ellas de la península.

Garau afirma que, "dentro de lo que cabe, el crecimiento urbano del barrio ha sido moderado". La idiosincrasia residencial se ha mantenido, y ha aumentado su carácter turístico. Los hoteles han cambiado de forma notable el skyline desde los bajos Portopí. Pero, desde dentro, las moles de hormigón restan mejor disimuladas y todavía se pueden contemplar zonas de espeso arbolado.

Según el consistorio palmesano, en la última década la población ha crecido más del 20%. Hay unas 3.200 personas censadas. La densidad demográfica es muy baja, pese a que casi todo el terreno está urbanizado. La mitad de los residentes ha nacido en las islas, una cuarta parte es del resto de España y el cuarto restante son extranjeros. La estadística afirma que muchos de sus vecinos viven solos, y es muy significativo que la tasa de soledad anciana casi duplica la media de Palma.

Conrado Garau explica que solo con el testimonio de los habitantes de más edad bastaría para elaborar una historia oral de la Bonanova. Por ejemplo, "doña Narcisa es una vecina centenaria con muchos recuerdos, sobre todo de cómo eran las fiestas del barrio", aunque el joven agrega que ya quedan pocas mentes con tanta memoria como la de ella.

Pese a ser un pulmón verde, allí nunca hubo agricultura. Tampoco comercio o industria. El historiador apunta que, según el catastro de 1818, "las tierras eran muy malas para el cultivo". Los pocos negocios que hay -no llegan a 70, según los datos oficiales- no permiten el autoabastecimiento de la Bonanova. Garau indica que no hay supermercados y solo hay un colmado. La única escuela de la zona es privada, el Queen´s College, y tampoco hay escoletes.

La ventaja que convierte a la Bonanova en un gran mirador, también supone un inconveniente: las inacabables cuestas. Entre los años 20 y los 70, el tranvía conectó el Born, la plaza del Progrés, la avenida de Joan Miró, la Bonanova y Gènova. "Fue una inauguración por todo lo alto", cita el historiador, ya que "acudieron todas las autoridades de la época, incluido el general Weyler". El sucesor del transporte en raíles fue la línea 4 de la EMT, que imitó el recorrido del tranvía. Uno de los progresos que resalta Garau es que ahora la frecuencia de los autobuses que recorren la zona es de 20 minutos de media, frente a la hora que tardaban antes. En un par de siglos, la Bonanova ha evolucionado, pero sin renunciar a la serenidad de la colina, del bosque y la ermita. Con el tiempo, se ha ido acercando al resto de Palma, aquella ciudad que siempre ha contemplado desde la altura.