Un corro de niños con jerseys tricotados por madres y abuelas, aquellos de cremalleras tan esmeradas que pellizcaban hasta el cogote, tras una chapa. Parece una estampa de postguerra. El sonido metálico era alentador para las madres que entre pucheros, lavar ropa, tenderla y plancharla no podían comprobar si estaba aún el niño en el patio de la finca o en la calle. En aquellos años, los niños eran callejeros, jugaban a mato, a pillo, al elástico las niñas, a figuritas, al escondite y, desde luego, a las chapas.

Los muros de las calles de Palma hablan y así me entero por un humilde pasquín que los críos vuelven a jugar con las chapas de las botellas de refresco y de cervezas, las de Mahou eran muy codiciadas, no sé porqué. También con las de agua porque en el siglo XXI, Palma la bebe embotellada hasta que suban más el IVA y se vuelva al cántaro municipal por el que también se paga un potosí. Por eso, junto a las dos tapones de coca-cola, el anuncio callejero, pone una chapa de agua mineral. Volvamos al chasquido del metal.

Somos carne de competencia desde que el bisonte hizo medir fuerzas a los de un mismo clan y puso en jaque el llamado amor propio, por eso en el juego de tapones metálicos la dignidad corría pareja suerte en función de la maña de la mano que arrojaba la chapa. De ahí que los niños que ya ovillan al futuro adulto convirtieran el tintineo de los tapones en un juego competitivo donde mostrar públicamente sus habilidades. ¡El mejor se la llevaba al río creyendo que mozuela, claro! Así los niños del corro usaban las chapas como si fueran futbolistas igual que otros niños veían en los cuernos del caracol las ágiles piernas de un atleta. Con ellas se hacen torneos de fútbol porque el niño que le da a la chapa la convierte en un Ronaldo cualquiera.

Volver a jugar a las chapas, platetes se les llama en Jaén y platillos en Cádiz y Huelva, mientras que los de Castilla-León las abreviaron dejándolas en platis, ¿es reconocer que vamos de pobres? No estoy segura después de ver las avalanchas, el asalto literal a comprar en un reciente centro comercial de la ciudad todo tipo de aparatos electrónicos. ¡No podemos dejar de ser chispa, es por demás!

Aparte de las carreras de chapas, de los juegos de competición -incluso tienen sus ligas y campeonatos nacionales como si fueran equipos de liga-, hay quien las viste con las caras de sus iconos, así echan a correr por el asfalto a sus ídolos y los bajan a tierra. Lecciones de humildad con un sencillo gesto de una mano diestra.

Otro de los recuerdos es el sonido de una chapa limándose en la pared. Los críos restaban las muescas de los tapones a base de rascar con ellos las paredes del vecindario. Mas de uno se ganó una colleja. Escenas de postguerra de cuando éramos carne de calle.