Entre la calle De la Palma y Can Armengol aún se escucha el silencio. Un edificio se asienta sobre el origen mallorquín de Napoleón Bonaparte. No queda en pie nada de aquel noble inmueble gótico con ventanas coronellas y alero altivo. Fue derruido. Le atribuyen ser morada del doctor Hugo Bonaparte, el mallorquín que fue nombrado regente de Córcega por el rey Martín I de Aragón en 1409, según narra Joaquín Maria Bover. A la escritora George Sand le gustaba creerlo.

Un bucle sentimental devolvería, ahora sí, el actual edificio, a sus raíces francesas. Juan Pizá compró el inmueble, levantado poco menos de cien años atrás , a los Trujillo en 1938. Su esposa, Regina Jaquotot debe linaje al militar de caballería francés Mariano Jaquotot. El nombre sirvió a uno de sus actuales inquilinos, el pintor Mariano Mayol, a darle color a un ir y venir de algo más que piedras. Las casas son también testigos de su época. En Can Bonaparte –así se la sigue llamando– viven cinco pintores, algunos a tiempo parcial porque sólo tienen su taller y otros, como Mariano y Carmen Cañadas, vivienda y estudio.

La finca pertenece a una tía de Mariano, el más antiguo en la finca. "Llevo 25 años. Mi taller está en lo que fue el palomar. Cuando abandoné Derecho me puse a pintar. Me gustan los palomares como me gustan esas torres que se ven porque dan una idea de cómo se comunicaban las ciudades antes", cuenta. Cuando adecentó el alto del inmueble se encontró con los baúles y cajas pertenecientes a la familia, al capitán de navío, del que le viene el nombre. En su obra, el peso de la ciudad de lienzo marino ha surgido como la sombra de barcos de vapor.

Hubo un tiempo en que Palma fue prolija en complicidades de pintores que compartían o bien estudio –recuerdo en Can Serinyà a Juan Segura y Juan Trujillo y a Rafa Forteza con Patxi Echeverría– o bien casa. Eran años magros y aún no había llegado esa cota de beneficio que permitió a muchos de ellos independizarse y a algunos, no tantos, hacerse un pedazo de taller.

Steve Afif primero hizo posada y fonda pero desde hace diez años sólo mantiene el estudio en la planta baja del edificio. A ras de calle, se atisba el barullo de materiales artísticos a través de una verja que nunca está cegada por el cristal. Empezó compartiendo el lugar con el fotógrafo Gabriel Ramon. Después se separaron y permaneció este egipcio nacido en Alejandría. "Vivo cerca. Nunca salgo del triángulo de la plaza del Mercat, plaza Chopin y la calle De la palma. ¡Llevo siempre conmigo el pasaporte!", ironiza. Cuatro calles son el mundo.

Ole Krab es el último en incorporarse. Dejó la escenografía que le llevó a "pasar 25-30 años haciendo maletas", señala. Afif apunta: "¡Es bonito el teatro. Es un trabajo en familia!". Él trabajó en el Teatro de París con Peter Brook haciendo "de todo".

El pintor danés comparte estudio con Miguel Aguilar y en sus talleres ya se ven las diferencias. Ole es ordenado, meticuloso; el de Albacete es un caos organizado. "No tenemos relación entre los pintores que compartimos este edificio pero hay muy buen ambiente. Los artistas cuando nos metemos en nuestros talleres no queremos saber nada de nadie", señala. Donde ellos trabajan, antes se meditaba. Fue un centro de yoga.

Carmen Cañadas, profesora de dibujo en el Luis Vives, llega cansada y con ganas de meterse en su cueva. "Soy solitaria. Un ratón de estudio". Ella vive en un pequeño lugar al que se accede a través de un minúsculo patio interior del edificio. Hay dos ventanas, las de los estudios de Steve y Miguel, que dan a ese hueco de luz. Ella llegó a Can Bonaparte por su amistad con Mayol, Pep Canyelles y Vicenç Torres. Su estudio-vivienda es tan exiguo que sus pinturas y pinceles están desparramados en unos trapos, como si fuera un hatillo, al lado de un frutero. Parece un bodegón.

"La idea de que los artistas se reunían antes y hablaban de arte es una ficción de la industria", opina Steve Afif. Can Bonaparte les reúne y el arte les separa. Ya lo escribió Pavese: El arte o la vida.