Los hay que no ven las barbas del vecino cortar, porque tienen un horizonte poblado por los idolatrados adornos pilosos de Rajoy y Bauzá, cosa que les hace sonreír, y creerse seguros e invencibles. Los políticos constituyen un gremio que cotiza más a la baja que los anuncios de La Noria, y que está siendo corrido a gorrazos allá por Roma y Grecia, y sustituido por gente más competente y menos corrupta. Pero sus colegas de aquí, lejos de volver sus ojos a esos clásicos que inventaron la democracia y el derecho para ver ahora cómo cuatro encorbatados les imponen la meritocracia en nombre de los mercados, sólo alcanzan a pasar el rato perdiendo el tiempo en chorradas. Y con la que está cayendo, y pese a las promesas de "hacer" y "hacer lo que dijimos que vamos a hacer" y de luchar por crear empleo y mejorar la economía, y sacar a las familias palmesanas del barro, lo único que se les ocurre después de crujirnos a impuestos y eliminar el carril bici es enzarzarse en una discusión estúpida sobre el nombre de la ciudad.

La ciudad se llama Palma. Lo demás son polémicas para los que confunden la Historia con los poemas de Pemán, y un gasto más para reescribir los membretes y las tarjetas de visita del señor alcalde. Palma, o Ciutat. Lo de Palma de Mallorca se lo inventaron los carteros para no confundirse con Palma del Río y Las Palmas. Pero al grano. Que nos vayan poniendo cuarto y mitad de tecnócratas (no asesores, que de esos ya tenemos y sólo sirven para recolocar la morralla del partido) que deseen arreglar esta urbe, se llame como se llame.