Desde hace poco menos de un mes, la calle Sant Jaume huele a gloria. O lo que es igual, a pan, pasteles, canela, anís, ajonjolí. El obrador recién abierto al público, Fornet de la Soca, ya es parada obligatoria de los vecinos. Y no sólo, porque hay quien se desplaza desde otros barrios para hacerse con los redonets de Santa Clara. Las monjas ya no los hacen, pero sí Tomeu Arbona, su mujer María José Orero y Nicoleta Mitar, una rumana de Timisoara que ha acabado haciendo manjares de la repostería tradicional mallorquina.

Al olor que detiene a los transeúntes, sumar la belleza casi monacal y rústica de este horno que debe su nombre a un cuento infantil en el que se narra la vida que hay en el tronco (soca) y entre las existencias que toman lugar en la cavidad del árbol, una tienda. Un pequeño horno, pegado a la beata momificada, Santa Catalina Thomás.

"Soy sicoterapeuta arruinado por la crisis. He visto a tantos de mis pacientes abandonar la consulta por sus pérdidas económicas que no me ha quedado más remedio que cerrar y volver a empezar", confiesa Arbona. Años atrás ya había montado un agroturismo en Fornalutx y en esos años aprovechó para pasar de trabajador social a especializarse en psicoanálisis. Se sacude a Freud y Lacan. Él sigue la estela de Melanie Klein. Ahora asegura que lo estudiado, "le sirve en su trato con los clientes". De momento no hay diván en ´sa soca´.

El panadero sicoanalista trabajó muchos años atrás en Son Banya como educador social. "Me quemé y decidí montar el agroturismo". Conocía el paño porque ya había trabajado en un establecimiento parecido. Sin embargo, también quedó atrás. Tomeu Arbona, a sus 48 años, se inventa a sí mismo.

El primer día que abrieron el horno se agotó la mercancía. Las cocas de patata, los coixins imperials, las cocas de raissons y la ensaimada, "de verdad", son los reclamos diarios que ponen el listón muy alto. Desde el horno, Nicoleta se aplica en los cuartos embetumats que en un periquete estarán en el mostrador.

El secreto del horno, que tras su puerta deja ver una especie de cocina antigua, con sus lebrillos, sacos de harina, la manteca de cerdo para preparar las ensaimadas, los panes de trigo integral y otras viandas, está en servirse de "materia prima natural", asegura el propietario. "Aquí hacemos la ensaimada genuina, la que se preparaba hace trescientos años, según recetas que he ido encontrando", comenta Arbona. Sus pesquisas a través de libros de cocina de Pere Alcàntara Peña y recetarios muy antiguos –muestra uno caligrafiado con primorosa letra de un hombre– le han convertido en un verdadero etnógrafo. La ensaimida de veras levanta su masa quince y veinte centímetros, mientras que las habituales no sobrepasan los cinco. "¡Esas no son las verdaderas ensaimadas mallorquinas!", reitera.

A la entrada, ya aguardan el pedido tres clientes, mientras Tomeu Arbona despacha unos redonets de Santa Clara. En el mostrador están con cara de ser comidas ya de ya unas cocas de verdura tamaño rueda. Desde las 5 de la mañana, el panadero está en marcha. El sicoanálisis ha encontrado su miga.