Ya no se oye –ni se escucha– el tañer de las campanas en la ciudad. N´Eloi no llora la muerte del virrey José de Torres como hizo en 1665. Ni voltea alegre, aunque sea con semanas de retraso, por la coronación de un nuevo monarca. Los campanarios de parroquias y conventos han dejado de dar el toque de ´queda´ para que los ciudadanos se retiren a sus casas y el de ´maitines´ para que las calles renazcan. Las señales de peligro –enemigo, fuego, contagio…– nos llegan a través de las ondas o de la fibra óptica y no con el "talán, talán..." acelerado y alarmado del choque de bronce contra bronce. El toque del Angelus paralizaba los mercados y las labores agrícolas de extramuros. La ciudad se tomaba un respiro. Hoy la maquinaria no puede detenerse ni para tomar el aliento de la vida.

Las nueve campanas de la Seu –n´Eloi, na Bàrbara, n´Antònia, sa Nova, na Mitja, na Tèrcia, na Matines, na Prima i na Picarol– y las del resto de la ciudad vieja han perdido el protagonismo que mantuvieron durante siglos.

Hoy nadie escucha el tañer de las campanas.

No se puede desdeñar el simbolismo de la frase: la religión ha perdido su papel como eje sobre el que giraba la vida de los palmesanos. Hoy la Iglesia clama en el desierto.

También podemos considerar razones más prosaicas para la callada de los campanarios. Las parroquias antiguas están faltas de curas y sacristanes que conozcan los secretos de los toques de campana. Ni siquiera la mecanización ha solucionado la falta de mano de obra cualificada en el sector eclesial. Quizás por esta razón los nuevos templos prescinden de estas torres.

Por otra parte, coches, sirenas y máquinas taladradoras crean la chirriante sinfonía de la ciudad moderna y apagan el tañido del badajo al chocar contra el vaso. Un son que antes llegaba a kilómetros de distancia. ¿Quién distinguiría hoy el volteo para anunciar una defunción entre el ruido del tráfico? Hay, también, vecinos que soportan sin inmutarse el petardazo de una moto a escape libre, pero que no toleran el ladrido de un perro ni el croar de una rana ni, por supuesto, la música de unas campanas.