Una foto en color: padre e hijo. Éste último admira tanto al padre que reconoce en voz alta no llegarle a la suela de los zapatos. "No me puedo comparar a él. No he tenido sus vivencias", advierte Bartolomé Serra, mientras arracima los últimos vasos de vino en una de las mesas del Plata, el bar del ´Rojo´. Porque así llamaron al padre, Joan Serra, pobler y víctima como tantos otros de una guerra que le dejó, como al personaje de Italo Calvino, demediado. Con el paso cambiado.

"Hijo de un guardia civil, cuando estalló la guerra del 36 fue de los primeros voluntarios que se fueron al frente con los republicanos. Fue represaliado. Su cercanía a la izquierda se notó en cómo llevaba el bar. Le llamaban ´el rojo´, y aunque le encantaba el barullo de las tertulias que se formaban aquí, él decía que los otros le habían hecho político, pero que no era activista", relata su sucesor al frente del Plata. Se cuenta que cuando el PC fue legalizado, hubo más de un brioso brindis desde el bar, frecuentado asiduamente por Francisca Bosch, entre otros.

Entre los tertulianos más contumaces del Plata, Andreu Crespí, quien se pasaba horas hablando con profesores de la universidad. "Mi padre les escuchaba encantado, sobre todo a Crespí, porque era muy culto, decía", cuenta el hijo.

A la entrada de la calle Argenteria, el pequeño "bar del barrio", dicen con orgullo algunos de sus clientes asiduos, el Plata luce cara nueva tras una pequeña reforma que le permite trasnochar los viernes y servir tapas. No falta, aunque hay que aguardar al verano, la leche merengada. Tolo abre un pequeño armario y sale con una botella de vidrio marrón canela. Del tapón de corcho asoma una esquirla, un palillo. "Aquí está el secreto de la leche merengada". Al destapar el envase, uno debe apartarse, los efluvios espirituosos cosquillean el olfato. "Los de la farmacia Miró le dieron a mi padre la receta secreta que aquí guardo. ¡Tiene más de 50 años!", narra Tolo Serra.

A juego, entonces, con la intrahistoria del Plata, del que cuentan los papeles que nació en 1936, aunque Joan Serra se hizo con él dos décadas después. Antes trabajó como camarero en el Lírico, en Cas Andritxol y en el club Náutico de Palma. Tolo era un crío que echaba una mano en el negocio "porque los estudios no se me daban bien". A sus trece años, iba de punta a punta portando los cafés con leche. "Una señora de la plaza Sant Francesc protestaba porque el café llegaba frío", comenta con semblante de bonachón. El hijo del ´rojo´ tiene cara de buena persona. Ahora se lamenta "no haber grabado a mi padre, porque disfrutarías de escucharle sus historias". De los cuatro hermanos, tan sólo él y Maria Antònia decidieron continuar tirando del hilo del Plata, hasta que ella tuvo gemelos y dejó el bar.

Joan Serra tuvo un destino amargo. Conoció a la que sería madre de sus hijos, Antonia Vaquer, cuando ella se acercaba al bar a por los posos del café. "Su familia era muy humilde. Vivían encima de la carnicería Cas Caparrot". No pudieron casarse porque en este país no existía el divorcio, –él ya estaba casado–, lo que no les impidió seguir adelante y tener a sus cuatro hijos. "Nos causó muchos problemas con los papeles; no éramos reconocidos. Mira aquí tengo la cédula de citación de la Diócesis de Mallorca de la causa de nulidad del matrimonio". Fechada en 1975. Joan ´el rojo´ murió en 1998. La madre, antes.